-A la cola, como
todo el mundo.
Todos me miraron,
asombrados con los aires de la dama.
Primero vino la
estupefacción, luego el entendimiento y finalmente la inevitable
vergüenza. Una noche de desliz, me llamaría, mientras yo con un
rato había perdido la cabeza por ella.
Nunca he sido
partidario de la violencia, pero no pude resistirme a dejarla en
ridículo bañándola de ese vino tan caro que tenía en la copa.
Y,
pensándolo bien, todo ese potingue que corrió viscoso por sus
mejillas me dejó ver bien claro por qué hay cosas que te has de
mirar dos veces antes de jugarte el cuello por ellas.
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