Con esa exactitud tan característica
de la ciencia que enseñas, llenas la pared de fórmulas y teoremas.
Los revisas impresionado de tu propia capacidad, cuando te das cuenta
que algo falla: el resultado.
¿Pero por qué? lo repasas. No lo
entiendes. Te enfadas. Te ofuscas. Te ayudo. Me echas. Me ignoras.
Al límite de tus fuerzas, agonizando
en el rincón, descubres una hoja arrugada. Papel en el que te
escribí, hace diez años, la regla más básica de todas: que 2+2
son 4. Lo recuerdas, sonríes avergonzado y me pides perdón.
Suspiro pensando cuánto me gusta esa
sonrisa... una lástima que, en unos minutos, vuelvas a olvidarlo.
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