El silencio se había quebrado. El
suelo temblaba fuertemente, golpeado por miles de pies que saltaban
incesantes, incansables, una y otra vez. Las sonrisas acompañaban al
llanto de alegría, a los gritos de euforia, al sudor de la
fiesta.
Habían ganado la eurocopa.
Entre los transeúntes, una mujer arrastra las piernas. Sus ojos también lloran, aunque su sonrisa hace tiempo ya que no se deja ver. La multitud la zarandea con el bullicio, y ella se deja llevar, sin rumbo fijo.
Solo piensa en volver a casa, en ver a sus niños... Pero ¿como? Su marido está enfermo. De qué, ella no llega a entenderlo, pero sí entiende de dinero. Tratamiento costoso, dijeron. Recortes, alegaron. Y allí está, en una habitación donde apenas cabe su cama, aguantando sus días, cada vez más cortos, hasta que no pueda más.
Sus niños. Sus pequeños... Lloraron
al partir, no más que ella, pero sus ojitos mostraban esa
incertidumbre del que no sabe adonde irá, qué le espera mañana,
cuándo podrán volver a vivir los tiempos de antaño. La inspectora
social lo intentó todo, les dió todo el margen que pudo, pero una
vez la policía desalojó su hogar, no tenían techo donde acoger a
sus hijos. Y eso, el estado no lo veía bien... aunque sí vio bien
llevar a los niños a centros de acojida, separarlos de sus padres.
“Un buen hogar”, comentaban mientras los metían en el coche,
pero ella no podía ver cuan bien era ese sitio, en el que sus
retoños estaban privados de los abrazos de su madre... en el que
ella estaba privada de las sonrisas de sus niños.
Sonrisas, eso sí se ve por las calles
en este día tan especial. La mujer no logra entender por qué tanta
felicidad en el ambiente. ¿Acaso no han leído los periódicos,
escuchado las noticias? Los impuestos vuelven a subir, los colegios
se pagarán el doble. Los hospitales son cementerios. La soga nos
está ahogando a todos.
Un joven, preso de la ebriedad, cae
sobre ella y la tira al suelo. Se levanta como puede antes que la
pisen, y los mira enojada. Malditos todos, piensa... ¿cómo pueden
dejarse engañar de estas maneras? ¿cómo pueden cegarse tanto?
Gente así, que no lucha, que celebra una victoria presa de la
suerte cuando hay miles de guerras sin soldados, este tipo de
personas fueron las que le quitaron su trabajo, las que le
arrebataron su hogar y le obligan a vivir, día a día, esperando no
poder seguir mañana.
De repente, en medio de la multitud, se
encuentra sin fuerzas. No vale la pena seguir adelante, no lograra
nada. Se aleja como puede y se apoya en la pared de una calle menos
transitada. Se acurruca y cierra los ojos, mientras intenta evadirse
del suelo que tiembla, del silencio quebrado, del viento húmedo que
le trae las voces de júbilo. Todo fuera, que solo quede la soledad,
sus brazos, y los recuerdos. No más risas, no más felicidad, ella
no puede entenderlo, no puede compartirlo.
No puede disfrutarlo.
Dos rostros aparecen difuminados en sus
párpados. Vislumbra los ojos de su hija, aún llorosos por tener que
irse, escucha los hipidos del pequeño, asustado, pero no ve sus
caras. Están tan lejos que no puede llegar a ellos, y cada vez se
alejan más. Pero sus voces se acercan, la arropan...
Cuando abre los ojos, ve una joven
frente a ella, zaradeándola por el hombro. Tiene cara de
preocupación. ¿por qué se preocupará? La mujer suelta un gruñido,
se zafa de su mano, pero la joven sonríe. Tiempos difíciles, dice.
Le obliga a levantarse, y le quita restos de cristal de la ropa.
Botellas, supone la madre, del fiestón que llevan en la calle
continua. Le da una bolsa, pesa bastante. Le aconseja que hoy duerma
tapada, con la lluvia el frío será mayor hoy, y podría resfriarse.
Se queja un poco del griterío, ¿acaso no saben que mañana la gente
trabaja? Se despide cogiéndola de las manos, diciéndole que mañana
será otro día. Pero, ya que disfrutan, disfrute usted también,
susurra.
Se va, mientras la mujer se queda
atónita. Mira el interior de la bolsa. Bocadillos y un par de
cervezas. Suspira, y unas lágrimas se le escapan. Bueno, al menos
ella y su marido tienen cena hoy, parece que no es tan mal día. Aún hay motivos para abrir los ojos a un nuevo día.
Al fin y al cabo... parece que aún hay
esperanza.
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