Siempre estaba sola, sin pensar en nada más, sin poder ver hacia otro lado que no fuese yo misma. La vida había sido dura conmigo, mi función empezaba temprano y terminaba tarde, y siempre, siempre, siempre... Era solitaria.
“Una guía”, me decían, “un punto de referencia”. Se suponía que era esa luz que llegaba al camino más oscuro, pero yo no lo creía.
Si no veía más que sombras en mi propio camino... ¿cómo podía alumbrar a los demás?
Un día llegaste. Recuerdo perfectamente como fue, porque de entre todas las voces que pudiera escuchar a lo largo de los años, solo la tuya me llegó. Esa dulce voz cubierta de las cenizas del pasado, de la sabia de la tristeza. Me miraste y no viste en mi ese guía del que todos hablaban... viste una compañera.
Me hiciste tu confidente.
Te escuché. Durante días, semanas, apagaba las voces a mi alrededor solo para poder escucharte, acompañarte, compartir ese espacio de tiempo que antes solo me pertenecía a mí. Empecé a querer hacer más, a quedarme cada vez más tiempo a tu lado, porque ya no estaba sola, tú me habías sacado de ese pozo, hablándome de tu tristeza, compartiéndola con alguien tan pequeño como yo...
Tus lágrimas me hicieron querer ayudarte.
Y algo cambió en mí, dejé de ser esa minucia solitaria, esa niña agazapada en el rincón, esa vela a punto de extinguirse. Porque tenía un motivo para brillar: tú. Tú, que cada día estabas a mi lado, tú, que me sonreías en los buenos momentos y me regalabas tus confidencias en el manto de la noche. Tú, que nunca te olvidabas de mí y seguías, día tras día, regalándome ese pequeño tiempo que se te había prestado...
...y que tarde o temprano acabaría.
Te vi crecer, sonreír, llorar, sentir, ser feliz. Todo, a mi lado. Eso me llenó tanto de gloria, que aún hoy, que ya no estás aquí, sigo con fuerzas, noche tras noche, alumbrando el camino a gente como tú, que en su día estuviste perdida... pero que junto a mi encontraste la felicidad.
Y sigo esperando ese día en el que puedas volver a mí, escuchando atentamente a ver si el viento me trae el sonido de tu voz de nuevo, sin extinguirme jamás,
Sin rendirme jamás.
Porque si yo no mantengo ese regalo que tú me entregaste, esa fe que disponías cada noche mientras me hablabas hasta el amanecer... ¿cómo podré seguir brillando?
Soy la primera guardiana de la noche, que brilla sola en el firmamento, más que cualquier otra conocida... Pero, gracias a ti, descubrí que no solo soy la estrella de la soledad...
Sino también la de la esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario