miércoles, 15 de febrero de 2012

¿como suena una despedida?


Hoy he abierto, después de mucho tiempo, ese cajón donde tenía destartalado el pasado que pretendía olvidar. Lo he estado ordenando, encontrando momentos inoportunos, roturas dolorosas y promesas incumplidas, hasta que mis manos han topado con una cajita pequeña. Con el rincón que te reservé. Tras eso, he dejado de sacar cosas, para repasar esos recuerdos que me has traído a la mente.

¿Cómo estas?

Hace ya diez meses que te guarde, que nos silenciamos, que dejamos de repetirnos a la oreja lo alto que volaríamos juntos. No te mentiré, no he podido alzar el vuelo, mis alas se han vuelto perezosas para seguir cualquier estela que no sea la tuya. Mi mundo despierta muy nublado, llueve a menudo y la ropa no llega a secarse... Pero, aún así...
Aún son muchos los días en que la nostalgia me arranca una sonrisa.

¿Sabes? Me llamarás masoca, pero aún guardo como un tesoro algunos sms tuyos, los pocos que quedaron después de la arrasadora tempestad que sucedió a tu partida. Los sigo manteniendo, así como todas las canciones que me cantabas y seguía tarareando yo. Esas canciones que nos presentaron y nos hicieron compartir más momentos día tras día.
Debería acabar con ellos, lo sé, me lo han repetido miles de veces, pero pienso que, mientras estén ahí, tendré una prueba de tu existencia... Seguirás viviendo, aunque solo sea en recuerdos.

Miro la cajita y la ironía me puede. Hace un año que la compré, pretendía regalártela, llena de esos ositos de goma que odiabas, pero compartías conmigo porque sabías que me encantaban... Hasta que empezaron a gustarte a ti también. Con ellos, iba un conjuro mágico, un poderoso hechizo que hacia que, cuando te comieses una de las chucherías, sintieras el sabor de mis besos.
Porque leí que un beso lo cura todo, yo quería curar todos tus males, aun estando lejos de ti.
Recuerdo que quería dártela en mano, en tu cumpleaños, junto con un beso de verdad.

Se me asoma una lágrima por el ojo, traicionera. No quiero recordar en estos momentos que ese día no pudo llegar, que tu escogiste quedarte con ella y olvidarme a mí, no quiero rememorar esa convicción, desesperada, de que con mis solas palabras podría mover montañas. Ese momento en que estaba convencida que, pese a todo, pese a no poder ser lo más preciado para ti, mi cabezonería lograría hacerse un hueco a tu lado, como amiga, como confidente...
Como alguien importante para ti.

Maldita sea, no, no quiero traer de vuelta esos momentos. Me equivoqué, caí de bruces y no logré arreglar el estropicio. Por eso la caja sigue aquí, entre mis manos y no entre las tuyas, por eso ya no espero por las noches que suene mi teléfono, que tus cuerdas vocales me regalen ese "buenas noches" que me trasladaba a los mejores sueños.

Fue culpa mía, y ésta es mi penitencia.

Hoy termina, por suerte para ambos. Por eso, no quiero llorar, porque hoy es un día feliz. Tan feliz como fue ese día en que se me cruzaron los cables y me recorrí, sin avisarte, esa abismal distancia que nos separaba. Temía que te enfadaras, que pensaras que estaba loca y no quisieras saber más de mí. Pero no fue así, me reconociste en la esquina de tu calle, me pegaste un susto de muerte y tu abrazo casi me ahoga, dándome a entender que perdonabas ese atrevimiento, que te gustaba que estuviese ahí.
Ese abrazo, ese beso robado que le siguió, y todos los momentos que nos regalamos, son y serán el mejor capital de mi vida.

Por eso hoy, te escribo esta carta para darte las gracias.
Gracias por darme esos ojos que ven más allá del gris de la mañana, por esos paseos interminables en los que me ponía a saltar y bailar porque sí, porque me apetecía volar y gritar al cielo que estaba enamorada.
Gracias, por esas ganas locas de hacer, de ayudar, de activar el mundo que me dabas cada vez que me sonreías, que te acordabas de mí.
Gracias por mostrarme que, en esta vida, mi existencia hacía feliz a alguien.
Gracias por la paciencia, de aguantar mis llamadas a cada momento para saber de ti, porque sin ti los minutos eran una absurda angustia.
Gracias por compartir tus problemas con una pulguita como yo.

Porque dicen de la vida que no es más valiosa por cuánto vivimos sino por cómo la vivimos... compartir mi vida contigo hizo que la viviese por completo, al límite, sin dejarme un lugar que explorar y poder amar de ella.

Y por ello siempre te estaré agradecida.

A pesar de los gritos, las traiciones, los llantos hasta la madrugada o los silencios que aún hoy perduran... a pesar de todo...

Hoy es el gran día. Por fin comprendí que no tiene sentido seguir así, por mucho que me esfuerce tú jamás te irás de mi cabeza, y por mucho que espere no volverás a confiar en mí. Esos días no volverán, al menos mientras sigamos así. Así pues, aprovecho la ocasión para desearte toda la dicha que tú me diste, para decirte que no me rindo, que sé que algún día, en algún lugar, tu perdón llegará, nuestras almas se volverán a cruzar y podré estar a tu lado...

Aunque no sea en este tiempo.

No temas, no habrá más llamadas, más mensajes ni más llantos. Ésta es una despedida feliz, porque es un “hasta pronto”. Mi vida estuvo completa, y no lo volverá a estar sin ti, así que seguirla es desperdiciar fuerzas y tiempo. Seguir adelante es borrar tu recuerdo, y no puedo hacer eso.

Por eso, por eso... hoy me despido aquí.


¿Crees en el destino?
Porque yo nunca creí en él... pero todo cambió desde que te conocí.

Espero que volvamos a encontrarnos, en algún futuro incierto, en algún mundo paralelo, donde tú no tengas alguien que te ate...

Y yo pueda ser lo suficientemente fuerte como para poder vivir sin ti.

Porque te prometí que siempre serías importante para mí... y no dejaré que el tiempo haga de esa promesa palabras vacías.

Ah, se me olvidaba decirte, por última vez...

Te quiero. 


Pd: Carta participante en el certamen de San Valentín de Cartas de Amor. No ganadora, no finalista... pero sin duda reveladora para la pulguita que la escribió.

martes, 7 de febrero de 2012

The forgotten melody

Los sollozos se ahogaban entre mis rodillas, las manos no dejaban de sangrar. Las paredes tenían un nuevo color rojizo, más intenso que el amarronado que guardaban de otros días que, como hoy, había perdido la paciencia.

Pronto el brillo se apagaría.

Lo había intentado todo, todo, para destruir esas murallas en las que yo misma te encerré. Era un proceso inevitable, inexistente en mí antes. Primero, estaba el desasosiego, la soledad. Entonces, la rabia de la rendición entraba en mí, me activaba y hacía que me revelara a ese destino que yo misma nos había buscado. La mente empezaba a funcionar, dándome planes estúpidos acerca de como romper las paredes que te tienen presa. Tras miles de intentos frustrados, la fuerza fluía en mí, desatada, y mi cuerpo era controlado por completo.

Luego, tras horas, llegaba el dolor.

Mi cuerpo y mente se apagaban y se rendían a ese culto imposible de evitar que me doblaba, me recorría, me retorcía. Y así me quedaba, aovillada, sentada o tumbada en el suelo, hasta que el ciclo volvía a empezar.

Sólo una duda me corroía en esos momentos, dolorosos instantes en que mi mente despertaba pero mi cuerpo no respondía...
¿sigues ahí?

Hace tiempo que dejé de escuchar tu voz, siquiera tu respiración. Los días se volvieron grises, y sordos los sonidos del viento. Quería salvarte, bien lo sabes... El pacto que nos selló era inamovible, tú lo aceptaste y yo lo apliqué.

No entiendo como pude ser tan idiota.

De mi yo de entonces, solo quedan retazos de dolor, de angustia y desesperación. Eso es lo que soy sin ti: un ente incompleto. Porque tu existencia me daba la vida, pequeña dama, porque por ti era la fría muralla que vigilaba tus pasos, los ojos avizores que procuraban alargar la mano para que no cayeses en el abismo. Y, sin darme cuenta, te dejé caer en el peor abismo de todos, el tuyo propio.

Ahora ya es tarde para lamentaciones. Mi cuerpo vuelve a responder, lentamente, y mis manos empiezan a sanar. Se despierta un nuevo día de dolor y sangre, que sin embargo no puedo ni quiero evitar.

Porque si yo estoy así ¿cómo debes estar tú, ahí dentro... sola?

A mis oídos cansados llega una dulce melodía. Mi mente debe de estar en las últimas, porque a todo lo que suena le pongo el timbre de tu voz. Pero afino el oído, para no perder esta fantasía momentánea que me da fuerzas para seguir luchando.

Te escucho.

Mis ojos se abren con fuerza, mi cuerpo se levanta poseído por una cálida brisa. Miro las paredes, manchadas una y otra vez con mi sangre. Es un sueño, me repito, tiene que serlo. Tu llanto nunca fue tan profundo como suena ahora.

Ni el mío tampoco.

Pero no lloro por tristeza, mi pequeña dama. Hoy lloro de alegría, de la dicha que me recorre este cuerpo destrozado. Porque escucho tu llanto, mi pequeña dama, escucho tu voz al viento...

Estás viva.


Tus sollozos cesan repentinamente. Por unos segundos, el miedo se apodera de mí. ¡No te vayas de nuevo! Pero esa melodía, antaño conocida, vuelve a mis tímpanos, más hermosa de lo que la recordaba, más dulce de lo que la imitaba y más fuerte de lo que mi mente pudiera recrearla.

Vuelves a ser tú, vuelves a cantar.

Noto como mis miembros cobran vida, de nuevo, y me olvido de todos los malos momentos. Si tú tienes fuerzas para luchar, sin duda tendré fuerzas para protegerte.

Porque tú eres mi estrella polar, mi pequeña dama... tú eres el eco de mi vida.

Pongo una mano sobre la piedra húmeda. Sé que tú me estás escuchando, y hago una promesa al viento.

Te sacaré de aquí... Juntas lo haremos. Y no nos volveremos a separar. No más.

Mi pequeña dama, no quepo en mi de la dicha...

… de haberte podido reencontrar.


domingo, 5 de febrero de 2012

1st card

Cuan polutas de polvo que aparecen de la nada, me encuentro revisando tus (pocas) fotos. Observo tus ojos entreabiertos, repaso tus labios sonrientes y me encuentro en ese rostro mío, que parecía tener luz propia.

No puedo aguantar las lágrimas. ¿Dónde estás?

Mis brazos recuerdan tu calor, y me hacen volver a ese día en el que nos despedimos.
¿Lo recuerdas?
En esa pequeña habitación, me prometiste quedarte a mi lado, pasara lo que pasara. Tus ojos eran sinceros, al igual que los latidos de mi corazón. Jamás me arrepentiré de ese momento, de ese calor tomado fugazmente, a pesar de saber que no duraría, que tú no me pertenecías y que era un sueño demasiado bonito para ser realidad.
Nunca me dijiste que se convertiría en una pesadilla.

Tus dedos recogieron mis lágrimas, y un beso acalló mi llanto en esa tarde de Abril. Promesas llovieron, y las agarré con fuerza, para volar con ellas. No tenía miedo... tú eras mi guía.

En esa encrucijada... te vi partir... y ya nunca más volviste.

Diez meses han pasado de ello. Meses de reflexión, de empezar, de terminar, de fracasar antes de intentar, de ahogarnos en vasos de agua. Dicen que el tiempo lo cura todo, mi vida... Lo creo, sin duda. Pero entonces ¿por qué no me sana a mí?

Quisiera volver a recorrer las calles con esa mirada que se comía el mundo, con esos andares ligeros que me daban al saber que, cuando llegara, me estarías esperando... Bailar tan solo con el sonido amplificado de tu risa y regalarte, día tras día, la mejor de mis personas...
Volver a ser esa niña que vivía por y para ti.

Te daría mil razones por las que te necesito a mi lado, y todas serían vanas excusas de una realidad doblada, necesitada, ahogada en palabras efímeras que no pueden expresar un atisbo de este grito que lanzo al cielo, cada noche, al ver que mi teléfono no suena, que no vuelves a por mí con una de tus hermosas sonrisas.

De esas que solo dibujabas para mí.

Diez meses han pasado... Pero yo paré el tiempo ese día, 15 de Abril, en el que volví a la realidad tras conocer el paraíso de tus brazos, creyendo que algún día, con perseverancia, podría recuperarlo...

Hoy te escribo esta carta, porque he comprendido que ese día nunca llegará.
Que da igual el tiempo que deje pasar, las hazañas que haga por tener un destello de tu mirada o las lágrimas que recoja mi almohada.

Tú existencia acabó ese 14 de Abril, en ese adiós mudo que no nos dimos.

Te cuento todo esto, para poder plasmar mi angustia en algo más que mi sangrante corazón, y poder empezar a curarlo, lenta y dolorosamente, pero mirando hacia el futuro, no hacia el pasado. Para poder dormir por las noches sin pensar, una vez más, que no hice lo propio, que el cielo y Tierra que te dí no fueron suficientes para tenerte, para que no te fueses con ella y nos dejaras solas.

No quiero pedirte más nada en esta carta, aparte de leerla, de poder decirte un adiós fuera del silencio que mantenemos firme después de tantos acontecimientos. Porque fuiste mi amigo, mi alma gemela, mi amante, mi triunfante, mi naranja entera.
Porque a tu lado descubrí que la vida no es blanca y negra, que tiene tonos alegres y tristes,
que todos los momentos pueden ser felices.

Porque me dejaste como recuerdo tuyo aquello que ahora más amo...

Y que jamás podrá conocerte.

Porque sé que tú ya no eres tú, que no me recuerdas, que aquél al que amé solo existió en mis ojos, mis oídos y mi mente... Sé que ahora la vuelves a amar a ella, que solo fui un pasatiempo, un bonito entretenimiento, y que el no poder tener hoy siquiera una de tus palabras afectuosas, que tanto y a tantos obsequiabas, es solo culpa mía.
Por vivir en tus palabras, por creer en esos momentos.

De ese hombre que sé que hoy vive en ti, ya no quiero nada. Ni su amor, ni su aprecio, ni siquiera un detalle para ese recuerdo que fue nuestro. Tan solo quiero poder recuperar esa palpitante sonrisa, que descubriste y te llevaste contigo... y que no quiere volver.

Ya que derrumbaste un pilar en mi vida al marchar... déjame reconstruirlo...

Y sé que ese hombre que me necesitaba, que vivía su vida al ritmo de la mía bien lejos se fue, que se perdió en tu olvido y mi recuerdo... pero si sigue ahí, por favor, si aún sabes donde encontrarlo... Dile...

Que lo echo de menos.