martes, 31 de diciembre de 2013

See you '13

Sentada en mi mesa, con el café entre mis manos agrietadas, me dejo hipnotizar por las volutas de humo que salen de mi garganta al respirar. Me percato en mi subconsciente que ya ha llegado el frío, y con el frío siempre me da por echar la vista atrás.

Queda poco para que te vayas, y no vuelvas jamás.

Miles de personas esperan con ansia ese día en que nos dejes, presos de la convicción de que, con tu partida, todo mejorará. Reniegan de tu nombre, de los actos que ocurrieron en tu presencia, y desean con ansias que tu sustituto les traiga mejor suerte. Claro, la vacante está abierta, y alguien debe ocupar tu lugar. En cuanto pongas un pie fuera, todos alabarán a tu sucesor y nadie querrá acordarse de ti. 
 
Nadie... Pero yo .

Yo no puedo culparte por todo lo malo que ha podido suceder mientras estabas aquí, pero sí puedo alegrarme y agradecerte todo lo que me has dado. Por lo que aún hoy, en el último de tus alientos, me estás dando. 

Junto a ti he vivido cambios. He pasado de estudiante a graduada, de aprendiz a maestra. Aún me queda mucho por aprender, pero mi camino ya es un principio que otros verán y, si quieren, seguirán. Contigo he visto que los finales son sólo el principio de otra etapa, y que la vida tiene mucho que mostrarte si sabes con qué ojos mirarla, y con qué espíritu disfrutarla. 

Contigo he vivido reencuentros, algunos efímeros y otros fuertes como el hierro. Me has devuelto parte de mi pasado más olvidado, me has ayudado a encontrar el valor para mirar a mi futuro y para enlazar mis hilos más perdidos con mis propias manos. Gracias a ti, hoy ya no me veo sola en mi reflejo. 

También he vivido despedidas. Duras y crudas, temporales y permanentes, necesarias y obligadas. Ninguna agradable pero, ahora lo sé, todas con el mismo objetivo: seguir adelante en este camino indefinido y con tantas curvas. Algunos volverán, otros desaparecerán en el entresijo de recuerdos... Todos ellos se quedaran junto a ti, una vez te vayas. Los recordaré cada vez que eche la vista atrás, tal como hago en estos instantes, y desde la distancia del tiempo volveré, una vez más, para seguir aprendiendo de mis propias decisiones, para seguir recordando esas sonrisas, y para recoger fuerzas para el camino que avanza imparable.

Me has enseñado a valorar los pequeños detalles, los instantes que hacen la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario. Me has instado a escoger el camino difícil, a sudar con mi esfuerzo cada logro conseguido. 

Me has otorgado un hogar. 

Me has mostrado todo cuanto anhelaba, sólo para que me percatara de que quería más. Y que, en mi interior, se haya cuanto necesito para lograrlo. 

Porque si hay algo que me dejas tras tu marcha, es sin duda la certeza... 

De que en mis manos está cuanto necesito para ser feliz .

Con el paso de los años, todos mirarán atrás y juzgarán que el 13 trajo desdichas: hambrunas, crisis, pobreza, muerte... Yo rascaré la superficie de esa afirmación, y les contaré mi versión de ese número maldito, la versión de alguien que supo apreciar lo que bueno que trajo con él. 

Ya que, después de todo cuanto he pasado, ¿cómo podría decir que fuiste un año malo para mí?

Ahora duerme, es momento de descansar. No más piedras, no más juicio. Déjalo todo atrás y descansa...

Nosotros veremos qué nos depara el nuevo día.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Sombras

Sólo sus estrepitosos pasos rompían el silencio de la noche. Tan veloz como podía, cruzaba sin rumbo fijo el bosque, corriendo, huyendo, implorando salvarse. Tenía grabado en su retina los cuerpos despedazados de sus padres, los ojos apagados y sin vida de su hermano, el campo cubierto de un brillante carmín a la luz de la luna.

Nadie la había visto venir, simplemente apareció. Ella logró esconderse bajo el coche, pero a cambio tuvo que presenciar toda la masacre. En cuanto lo vio posible, se lanzó de cabeza hacia los árboles, en busca de ayuda, refugio, lo que fuera contra esa criatura.

Pero la sombra le seguía la pista, corriendo incansable a través del abrupto camino. Tras su paso, se podía vislumbrar el rastro de sangre que dejaba; daba igual cuanto corriera, la misteriosa figura le pisaba los talones. Ella sólo podía correr, no podía dejar que la atrapara.

Sus pies fallaron en el preciso momento que más los necesitaba, haciendo que cayera ladera abajo. Rodó por raíces y pedruscos, hasta posicionarse al borde de un escarpado acantilado. Intentó aguantar la respiración, sin moverse, deseando que ese pequeño desvío hubiera despistado al perseguidor. Aguzo el oído, nada se oía más que el vaivén de las copas de los árboles. En un arranque de valentía, abrió los ojos.

Su pesadilla le devolvía la mirada desde el suelo.

Presa del pánico, reculó todo lo que pudo hacia atrás, arrastrándose, hasta que sus manos no encontraron suelo y su cuerpo cayó hacia las sombras del mar. Su cabeza encontró suelo antes que sus pies, pero no fue suficientemente rápida; a su lado, sonriendo, la sombra la besaba.

Cuando la encontraron por la mañana, suicidada y cubierta de la sangre de sus familiares, nadie dudó en la autoría del asesinato. Claro está, nadie logro ver a pleno día...

El mal que aún latía en su interior.

martes, 3 de diciembre de 2013

Por una vez

-¡Te mataré maldita zorra!
Tras él sonó el portazo, y tras ello, solo sollozos. La había dejado encerrada en la habitación donde, antaño, le pegaba hasta dejarla inconsciente. No recordaba si había escuchado el chirrido del pestillo o si era su mente acostumbrada; en realidad poco importaba, no tenía fuerzas ni para ponerse en pie. 
Posó sus manos sobre el voluminoso vientre, intentando en vano reparar el dolor que la paliza le habría costado a la criatura. Huyó de sus garras en cuanto supo que estaba en cinta, pero su perdición fue no querer abandonar a sus padres. Caso error, ya que ambos teñían ahora la alfombra de la entrada. 
Era el fin, lo sabía y lo aceptaba, como aceptaba que el hijo de ambos no sobreviviría a los maltratos del padre. 
Tras unos minutos eternos, se dio cuenta de que tenía la entrepierna mojada. No había orinado, así que eso sólo significaba una cosa: el pequeño quería salir.  
 Ella quería verle. 
Abrió como pudo las piernas, se agarró con fuerza la falda y empezó a empujar. Uno, dos, tres. La sangre goteaba por las piernas, y notaba como la carne se rasgaba y abría bajo la presión. Desfallecía por la fuerza, pero debía sacarlo. Alargó las manos hasta su miembro, le tocó la cabeza, la cogió entre sus manos.
Y tiró.
Notó los huesos del cráneo ceder a su fuerza de adulto, pero nada importaba; debía verlo. Estiró con fuerza, mordiéndose el labio hasta que borboteaba sangre, sudando, muriendo, hasta sacarlo. Una vez fuera, agotada, lo alzó frente a ella.
El pequeño no lloraba, pero aún movía levemente sus manitas. Se lo acercó al rostro, para besarle la frente.
No escuchó la puerta, ni los insultos, ni siquiera el tiro. Apenas vio la bala llegar a la cabeza del niño, atravesarlos a ambos. Aún en el suelo y con su futuro muerto encima, su rostro sólo reflejó la tranquilidad de, al menos una vez.

 haber podido vislumbrar el rostro de su hijo.