sábado, 31 de diciembre de 2011

Thank you, '11!!

Era como un puzzle a medias tintas, donde las piezas que faltaban no encajaban en ningún sitio, algunas se habían extraviado, otras se habían mezclado...

Era un caos.

Intenté girarlas, ponerlas de formas raras, confiar en los resultados... pero nada cuadraba en su sitio!! por un paso dado, dos atrás que tenía que dar.

Miraba atrás, y no entendía en qué me había equivocado. Siluetas negras rondaban mi pasado, pero no dejaban entrever nada bueno para el futuro, solo oscuridad, solo pesadez. El tiempo lo alejaba, lo difuminaba para borrarlo, pero era tiempo perdido.

Era tiempo perdido.

Al fin,con esmero y ayuda, paso a paso y sin decaer, pude empezar a andar hacia adelante, a poner un pie frente a otro, uno, dos, tres, y me descubrí bailando un vals extravagante donde yo marcaba el ritmo. Empecé a ir más deprisa, más deprisa, confiando, confiando, confiando...

Y me tropecé.

¿qué haces cuando estás en el suelo?
¿cómo te levantas, una vez más, para ver que tienes que volver a ocultar esas sombras que inundan tu pasado, que están ahí solo para desaparecer de nuevo?

¿Por qué razón debía levantarme?

Ante mí estaba la respuesta, aunque no quisiera verla.
Bastaba con volver a levantarse, de nuevo, y seguir bailando.
No levantarse gracias a alguien, no esperar que alguien te tienda la mano.

Es tu fuerza la que ha flaqueado, y es ella la que ha de levantar de nuevo ese peso que dejó caer.

Una vez aprendido ese paso, el cuerpo se aligera, menos pesado, y vuela al compás de la música, esa melodía que nos pone la vida, más fácil o difícil de tratar. Me descubrí rodeada de gente, que seguía mi ritmo, que bailaba conmigo y me acompañaba. No estaba sola, tenía fuerzas...

Las sombras seguían allí.

Fue entonces, en un súbito halo venido de la nada, que pude ver el espectáculo desde ojos de halcón, ese puzzle a medias tintas que modificábamos a cada paso. Se coló una sombra de mi pasado, traicionera, entre los bailarines.
Se puso a bailar.
Y me maravillé con su silueta... con el efecto que generaba en los demás, en mi misma, como cambiaba el curso de la música para hacerla más bella, más encantadora...

Para completarla.

Entendí que esas sombras encerradas en la puerta, a las que no había invitado, eran la pieza que faltaba... Para que el puzzle estuviera completo.
Con ellas hoy, junto con todos mis amigos, que me acompañais en este vals atronador que es mi vida, puedo formar una yo completa, sin agujeros ni remaches, sin temores a lo desconocido.

Gracias a todos, hoy puedo volver a formar ese brillo que aparece en mis ojos, ese halo de esperanza en el mañana, que me recuerda a cada momento...

Que soy feliz.

Gracias a todos, a los que estuvieron, a los que me pisotearon, a los que no me dejaron caer.
Gracias a los que confiaron en mi, a los que me dieron tiempo,
los que guardaron sus preguntas para otra ocasión y a los que no lo hicieron,
a los que me escucharon y a los que tuve que escuchar.

Gracias a los que no me olvidaron, y se metieron de nuevo, de lleno, en mi vida.

Y, sobretodo, gracias a los que están, día a día, bailando conmigo este vals dispar que compone mi vida.

Porque cuando termina un periodo te da por mirar atrás, y ver cuan concentrado ha sido todo, ver tus errores, tus aciertos, tus luchas y tus ausencias... Hoy es el momento que escojo para hacerlo, y poder pasar página.

Para llenar una nueva, con todos vosotros en ella.

domingo, 18 de diciembre de 2011

It's close!

El cerrojo cerró, seco, perfecto. Ya no había vuelta atrás.
Yo fuera, tú dentro.
Una verdad inamovible.
Tú no morirías, no sonreirías, no cantarías, no soñarías.
Pero vivirías.
Yo la guardaría, celosamente,
protegería tu puerta y te mantendría con vida.
Porque no te olvidaría.

Con esta idea en mente,
acabaron nuestras vidas en comunión,
de forma fortuita, indolora e insípida.

Mi misión fue vivir de tu recuerdo, copiarlo, honrarlo y protegerlo,
mientras el tuyo fue pintar esas cuatro paredes de ilusiones
y promesas que jamás verían la luz del sol.
Día a día, escuchaba tu entorpecido respirar
y forjaba canciones con él, haciéndolas tuyas,
e imaginando como volarían por ese cielo gris
que se presentaba frente a mí.

Ese cielo que tú ya no pintabas.

¿qué harías allí dentro?
¿eras feliz a tu modo?
Quería pensar que sí, por puro egoísmo,
porque yo sí podía ser feliz anulando tu verdad
y conviviendo con tu sueño.

Esperaba que tú sintieses algo similar.

Con el paso del tiempo, las hojas cayeron
y los senderos antaño claros se volvieron más sombríos.
Tu sueño se esfumaba a cada paso,
y sin él no había fuerzas con las que poder avanzar.

Tú ya no respirabas.

Mis fuerzas menguaban, tal como hojas en otoño,
y caía lentamente hacía el abismo del derrumbe.
Quise salvarte, abrir esa puerta
que antaño cerrada con delicadeza
solo se abriría con el estruendo de una voz,
una voz que lograra penetrar esas paredes inquebrantables.

Pero nadie quería intentar alzar su voz...

Lo intenté con todas mis fuerzas,
atraer esas melodías hasta tu hogar,
pero no soy tú...
Mi pequeña, yo no sé sonreír, no se compartir...
No sé soñar.
Solo supe hacerlo mientras tú me enseñabas...

Y ahora estoy aquí,
delante de estas paredes que yo misma te impuse,
pensando, destrozándome los sesos planeando,
imaginando, maquinando,
algún modo de sacarte de ahí.

Porque yo te protegía de todo...
pero no pude protegerte de mí misma.

Y sin ti no estoy completa...
y no podemos avanzar.

¿cómo lo hago, mi pequeña dama?
¿cómo lo hago para enmendar mi error?
¿qué puedo hacer, mi pequeña dama...
para que no nos extingamos las dos?

viernes, 16 de diciembre de 2011

Kiss

Me pongo frente a ti.
Me miras... Te miro.
Noto los centímetros que separan a mi torso de tus brazos...
Los disminuyo lentamente, mientras te sigo mirando,
hundiendome en esos dos pozos llenos de inseguridades.
No te atreves... Yo tampoco.
Pero me acerco un poco más.
Tú no te alejas.
Me observas con cierta indiferencia
pero tu labio se desata en un breve temblor... te ha delatado.

Quieres, quieres, pero no puedes.

No sabes si no puedes, si no lo intentas.

Acerco nuestras bocas, a escasos milímetros.
Noto tu aliento sobre mí. Es tan cálido...
Un par de segundos de presión, y tu lengua entra en escena.
Nerviosa, impaciente.
Asoma la cabeza y vuelve a esconderse,
dejando un rastro de su paso.
Para que sepa por donde seguirla,
para que vea que me espera...

Cierras la boca, ese gesto fue un error,
te das cuenta y te recolocas, incómodo.
Yo también me doy cuenta.
Me alejo unos centímetros, y tu mano me atrapa la cintura.
Tus ojos me suplican “no te vayas”.
Dudo frente a ellos, un solo instante.
Está bien”, me digo. Es agradable tenerte cerca.

Dolorosamente agradable.

Apoyo mi cabeza en tu pecho, y escucho tu respiración nerviosa.
Levanto la vista, para encontrar esos pozos.
¿de qué tienes miedo?” Dicen, inocentes, frente a ti.
De romper este momento...” me responden, inquietamente cómodos.

Porque no puedes. No quieres.

Porque querer es poder.

Acerco mis labios, cansados de vagar sin rumbo.
Te quedas unos instantes sin aliento,
expectante de lo que suceda en este momento.

Este momento tan cálido...

Poso un beso en tu mejilla, y otro, y otro más.
Gracias, te dicen.
Gracias por estar aquí, por no querer alejarme.
Gracias...
Respiras hondo, te relajas y me dejas agradecer.
Te descuidas.
Yo me dejo llevar, acariciando tus pómulos,
jugando a no poder tenerte, y a encontrarte tan cerca.

Es tan dolorosamente agradable...

Se me escapa, tan natural que ni lo veo venir.
Un beso mal colocado, un giro de cabeza inesperado.
Y ¡Chas! Nuestros labios se encuentran.
Me sorprendo.
Me aparto.
Balbuceo algo que no entiendo,
he traicionado ese hilo de confianza...

Porque no podemos.
Aunque queremos, no podemos.

Quiero arreglarlo, no quiero dañar este momento.
Tu tampoco quieres, y acompañas mi huida
para que no me aleje, para no perderme.

Nuestras bocas deciden por nosotros,
y se vuelven a encontrar.
Se abrazan, se miman, se fusionan y se separan,
un solo centímetro, para recuperar parte del aliento
y volver al calor de la otra, que le espera con ansia...

Porque ellas sí quieren... Y pueden.

Se separan, inquietas,
y respiran el aliento de la otra, dulce, apetitoso.
La tuya sonríe, la mía también.
Vuelven a encontrarse, a compartir,
sin miedos y sin cálculos, solas,
la una contra la otra,
dando todo lo que nuestras miradas se pedían...

Y nosotros les dejamos hacer, embriagados de placer,
del placer que da desafiar a las reglas...

Para poder conseguir algo prohibido.
Y anhelado.

Porque no puedes,
Porque no puedo.
Pero ambos queremos...
No hay más que hablar.

...¿verdad...?

Pd: hecho de menos dar(te) besos. Hecho de menos devolver(te) besos... Pero sobretodo, por encima de todo... (te) hecho de menos.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Little snower

La nieve reposaba blanca, inmaculada, en el patio. En algunos puntos, su lineal forma se veía interrumpida por un brote esporádico que acababa en un arbol, un tallo, una flor... Pero no dejaba de ser hermoso.

Se abrigó con su mejor bufanda, regalo de su tío, y se enfundó esas botas que su abuela siempre tenía que quitar de la entrada, para que nadie tropezara. Sus manos las forró con los viejos guantes de su abuelo, de cuero, que protegían del más intenso de los fríos.

Finalmente, embutiéndose el gorro en la cabeza hueca que tenía, abrió la puerta.

A pesar que ya la había visto desde la ventana, la vista la dejó maravillada. Dio con cautela un paso al frente, y marcó esa masa blanca que todo lo cubría. Otro paso. Uno más.

Sin darse cuenta siquiera, se descubrió corriendo por el jardín, riendo, disfrutando de la nieve, cogiéndola con sus diminutas manos y elevándola al cielo.


El cielo le devolvió la nieve.

Pequeñas estrellas cristalizadas rozaron los dedos de la niña, aún alzados, para posarse en sus mejillas. Una lñagrima asomó por el ojo de la pequeña, y se desprendió con rapidez, seguida de otra, y otra, y otra más. Sonrió, mientras danzaba lentamente bajo esa lluvia blanca que cañia sobre ella, que la cubría, que la abrazaba.

Bailó y bailó durante horas, con el sol y las nubes, con el atardecer y finalmente con la luna, siempre sonriendo. Cuando las luces automaticas se encendieron, supo que era hora del adiós. Alzó las manos al cielo y dio un fuerte abrazo al inexistente amigo, dándole gracias por todo, pidiéndole, una y otra vez, que volviera algun día.

Pues ella estaría allí esperando... Aunque todos se hubieran ido, uno a uno, aunque el frío le hiciese sentir la soledad en los huesos, aunque no saliera la luz del sol tras la noche... ella seguiría en esa casa, esperando...

Porque ese era su hogar.

Porque algun día como este, no solo la nieve vendría a jugar con ella... Sino todos aquellos que la amaban.

Aunque para ese momento faltase mucho...

De mientras, seguiría maravillandose y disfrutando de ocasiones como esa... De veladas en las que volvía a ser niña...

Y volvía a sonreír.

domingo, 6 de noviembre de 2011

¿y que más da?

Los recuerdos no serán un poema,
el tiempo no te ayudará,
el viento a veces soplará en tu contra...

La vida no siempre te sonreirá.

¿pero qué más da?

Llega un nuevo amanecer.
Un nuevo día.

Una nueva esperanza.

Solo hay que levantar el rostro y atreverse a mirarlo...
Sin miedo de quedarnos ciegos por su luz.


Pd. ¿Por qué siempre, siempre, siempre, tus palabras logran llegar tan fácilmente donde otros perdieron batallas?¿por qué siempre apareces en el momento oportuno?

viernes, 4 de noviembre de 2011

Latidos lejanos

"No temas", le dijo. Miró hacia el suelo, y casi se cae. El precipicio que se abría bajo sus pies era inconmesurablemente maravilloso, mas tan elevado que nadie seobreviviría a él. 

Y se lo estaba pidiendo. 

"No puedo" le dijo. "¿Acaso quieres que me mate?"

"Confia en mí". Su sonrisa era más hermosa que los primeros rayos de sol, y sus ojos demostraban una confianza plena en el juicio de la muchacha. " Yo estaré abajo. Estarás segura... Confía en mí"

Siempre había temido a las alturas, y sabía que aquello era una grandisima locura... 

¿Pero acaso el amor no es una locura?

Esperó a que él bajara, pacientemente, mientras pensaba en todo su tiempo juntos. Si había algo sobre lo que no dudaba, era en su confianza, porque para ella, él era su mundo. Y al revés.

Y al revés...

Dio un paso al frente con miedo. El viento le golpeó el rostro con fuerza, pero no temía nada. Porque él la esperaba abajo. Porque él era su mitad... y no la dejaría sola. 

Saltó. Fue la sensación más maravillosa que había sentido hasta entonces, todo su cuerpo salpicado por una brisa turbulenta, mientras caía, caía, cada vez más rápido, para aterrizar en sus brazos...

Pero no fue en sus brazos donde aterrizó. 

Cuando la encontraron, no había ni rastro del chico. Milagrosamente, la pobre había sobrevivido a la imposible caída, no sin romperse brazos, piernas, y una importante cantidad de costillas.

Y el corazón. También se le había roto el corazón. 

Meses pasaron antes de que pudiera volver a moverse. Y cuando se halló por fin recuperada, no podía más que ir a visitar ese precipicio, esa apertura al vacío que había sido su tumba. Porque seguía viva, pero poco sentido tenía vivir. Nada tenía sentido...

Seguía respirando. 

Miró a su alrededor, a sus seres queridos, vio como se alejaban de ella. "No, no más". Si seguía viviendo, sin duda los necesitaba. Pero... ¿podía seguir viviendo sin corazón?Porque los huesos se habían repuesto, al igual que las magulladuras, pero su corazón...
Seguía roto...

Una noche, esperando el amanecer, se decidió. Introdujo los restos de su corazón en una caja y la cerró con fuerza. El primer rayo de sol apareció, golpeándole el rostro. "Tu sonrisa era como esta luz... era..."

Dejó caer el fardo al vacío. Y se olvidó de él.

Tiempo pasó, arduo tiempo que todo lo cura, y se convirtió en la dama de hielo, porque aunque podía apreciar, aunque podía ser parte de muchas personas...

Nadie podría ser parte de ella... porque no tenía corazón donde hospedarse.

Y escuchó varias veces su corazón latir, allí en el firmamento, deseoso e ser encontrado, de ser rescatado. Pero no fue a buscarlo, no fue a recogerlo... porque la caída era una locura...

Y ya no tenía a nadie en quien confiar.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Hoy llueve

Hoy llueve.

Mientras miro por la ventana, a la gente pasar, pienso sin pensar, y recuerdo sin intentarlo.

Una idea me viene a la mente, y me levanto. Rebuscar entre mis cosas siempre fue tarea difícil, pero hoy la veo imposible.

Pero algo me anima a hacerlo.

Por fin, entre trastos varios y suciedad acumulada, encuentro lo que busco.

El costurero.

Voy cogiendo prendas de ropa, una a una, guiada por un instinto interior. Chaqueta, jersey amarillo, pantalones vaqueros... mi memoria me falla, casi ni me acuerdo. Pero hago un esfuerzo.

Con todo en mano, me dirijo a la ventana. Hoy llueve... 
 
A cada punto que doy, le pongo una ilusión, a cada arreglo, una promesa. A cada pinchazo, una esperanza de seguir adelante. Y sigo cosiendo, cosiendo estos recuerdos que la lluvia libera hoy de mi mente.

Porque hoy llueve, y yo acompaño a la lluvia, no con paraguas, no con sonrisas. La lluvia solo viene acompañada de grises, de recuerdos... de melancolía.

la melancolía es la felicidad de estar triste”

Es perfecta para mí.

Doy el último punto, y miro el fruto de este día tormentoso. Me pongo a llover yo también. Sentado al lado de la ventana, con esa chaqueta, te pareces bastante... pero eres menos blando, más cálido, y tu sonrisa es mil veces mas hermosa que este engendro que he creado.

Qué más da, con esto servirá.

Me apoyo contra tu yo de ropa, al lado de la ventana, y me abrazo con tus brazos de lana, como en su día hicieras con los naturales. Estoy más calentita... Pero no deja de llover.

Porque aunque piense en ti, aunque te recree, aunque ponga mi ilusión, mis promesas, mis esperanzas, y mi corazón en volver a estar contigo...

Lo único que consigo es una copia deforme y barata.

Hoy llueve... y yo acompaño a la lluvia. Pero ahora no estoy sola... no estoy sola...

Porque tus recuerdos me amparan.

Y aquí, junto a la lluvia, me quedo esperándote, mientras cierro los ojos, mientras me quedo dormida y sueño, por un instante...

Que has vuelto a por mi.

lunes, 29 de agosto de 2011

recordando... Reila

Las velas temblaron inquietas.
El viento pasó, como un cortina que se levanta ante el nacimiento de la desesperación.
Ls pequeña no lloró, ni tan siquiera hizo el intento.
Todos pensaban que había nacido muerta.
Pero su madre, ahí presente, débil como estaba, la abrazó con fuerza y le dio un beso en la frente.

"mi niña... por fin puedo verte... mi Reila"

Y la niña, a pesar de no entender nada... sonrió.
Pero la madre no sonrió.
Pues esos hermosos ojos que poseía su hija, eran los ojos del demonio.
Su pecado estaba al descubierto.
¿como pudo pasar?
El fruto de su amor... era su condena.

Mientras todos los criados observaban aquellos hermosos ojos, alguien entró por la puerta. Iba cubierto con una larga capa negra de viaje, y tan solo dejaba entrever unas huesudas manos frías.
Todos, al verle, acallaron los murmullos.

"mujer pecadora, vengo a llevarme este ser del averno que has engendrado. Yo me lo llevaré, y todos los aquí presentes acallaran este nacimiento. Así, tu culpa no será descubierta."

"¡¡no!! ¡¡no puedes llevarte a mi hija!! ¡¡no te lo permitiré!!" dijo, mientras miraba el vulto que mantenía etre los brazos. Pero esos ojos la taladraban desde el fondo de su alma... esos hermosos ojos dorados, prueba de su pecado...

"no pido ningún precio a cambio. Tan solo la niña. Solo la quiero a ella..."

Sin saber apenas que hacía, en un momento la pequeña criatura se encontró entre esas manos huesudas, mientras agarraba fuertemente la mano de su madre, que lloraba desconsoladamente...

"lo siento, Reila... te quiero, mi amor..." y soltó la pequeña mano, mientras los criados se la llevaban a rastras.

Y la pequeña Reila la vio partir, con una sonrisa en el rostro...

Pasaron años, muchos años. A pesar de estar sola, Reila pudo manenerse con vida. Estaba viva.
A pesar de ser abandonada tan solo al nacer, de no tener a nadie al lado, seguía pensando que no era una niña desafortunada.
Pues su belleza había logrado amansar a los más fieros humanos hasta el punto de ser una más... hasta que veían sus ojos.
Esos hermosos ojos, dorados como apenas nadie había visto, reflejaban el pecado de donde había nacido. Ella lo sabía muy bien, pues todos la marcaban con el nombre de "incesto". Aunque ella no conocía muy bien de que se trataba, sabía que sus papás habían hecho algo malo. Algo muy malo. Pero ella no les culpaba por ello.
Cada noche, al ir a dormir, su mano temblaba con el frío del suelo, y ella recordaba aquella dulce mano que la cogía con fuerza, aquella mano que no quería soltarla... y lloraba.
¿por qué?
Y era en esos momentos, donde su corazón más dudas albergaba, donde aparecía ella.
Una mujer de capa larga y negra, de huesudas manos y que jamás dejaba entrever su cara.
Siempre paecía ante ella y le tendía una mano... y le susurraba, ven conmigo.
Pero Reila la miraba, con esos ojos de pecado, llorosos, y le sonreía.

"mañana. Mañana iré contigo. Hoy todavía no..."

Y la mujer, tal como había venido, se iba por esas sombras de la noche...

Reila aprendió a hacerse la ciega. Si nadie veía sus ojos, pensaba, nadie la juzgaría y nadie la odiaría. Y así fue, como día tras día, se ganó la confianza de la gente del pequeño pueblo al que llegaba, donde no sabían de su pecado, donde se apiadaban de ella y la amaban. Donde se sentía amada.
Pro ella se sentía triste. Estaba mintiendo a esa buena gente, haciendose pasar por una ciega... y sin poder mostrar esos hermosos ojos que tanto repudiaba la gente.

La pequeña llegó a pensar que, si les contaba largo y tendido su situación, si les abría su corazón, ellos la entenderían. No podían ser tan malos. Y así lo hizo...

En cuanto abrió los ojos, todos se sorprendieron. Esa luz desbordante, comparada con la propia belleza de la joven niña, les deslumbraba. Esa niña, nacida del incesto de unos cobardes que l dejaron tirada.. era la más hermosa de las piedras. Era la piedra del pecado. Pero, por eso mismo...

"¡¡fuera de aquí!! ¡¡no vuelvas!!"

Y Reila se vió tirada, con su corazón hecho pedazos, saliendo aprisas de la ciudad. Y sus hermosos ojos se empañaban de lágrimas, mientras frente a ella aparecía la oscura mujer de negro.

"no llores, pequeña... ellos no pueden entenderte, mi amor. Ellos no pueden entender cuan importante eres tú... no saben ver tu belleza. Ven conmigo..." y le ofreció la mano.

Reila la miró, temerosa. Estiró la mano, la apoyó con la mano hesuda, y cerró su puño, mientras sonreía.

"mañana... mañana me iré contigo. Hoy no, solo un día más..."

La mujer, sorprendida, dijo tranquilamente "si ese es tu deseo... que así sea." Y despareció de nuevo, dejando a Reila sola, mientras lloraba sobre la blanca nieve...

Y el tiempo cambió, y las estaciones cedieron, y Reila creció. Pero su corazón no se rindió. A pesar que siempre la rechazasen, a pesar de que nadie quisiera amarla tan solo por esos ojos... ella nunca se rindió.

Y llegó el día en que, tras mucho tiempo, apareció. Era un joven cercano a su edad, que trabajaba la tierra con dureza como pasatiempo y vivía ajeno a sus padres. Cuando la vió, tuvo miedo de mirarla, cuando la miró, miedo de acercarse y, una vez cerca, miedo de perderla. Sus ojos lo habían cautivado. ¿por qué los odiaban tanto? eran unos ojos hermosos, no eran ojos humanos. Ella misma no era humana.

Ninguno de los dos pudo hacer nada por evitarlo, ninguno de los dos quiso evitarlo. Sus almas se entrelazaron mietras sus cuerpos se fundían en uno, mientras se juraban ese amor que Reila no había conocido, que conocía ahora en manos de ese joven al que le había abieto su corazón al completo, aquél joven que pudo ver más allá de sus ojos, más alla de su cuerpo... que pudo ver su alma, la cogió y la mantuvo en protección, junto a él, sin que nada pudiera evitarlo...

Reila era feliz. Por primera vez en la vida, ncontraba sentido a su existencia, y se sentía feliz de ello. se sentía querida... se sentía especial. Por primera vez... había podido ser persona.

El fruto apareció. Reila se mareó y notó comoalgo estaba creciendo en ella. Una nueva vida, fruto del amor entre ella y el joven. Por fin, su vida tenía sentido...

hasta que en esa tarde de lluvia, la mujer de manos huesudas apareció. El joven había partido en busca de sus padres, para darles la buena nueva. Pues se iban a casar. Estaba al llegar... y esa mujer apareció. Con su ropa arraigada y sucia, con sus manos huesudas y su voz fría, apareció frente a Reila.

"mi pequeña niña... he venido a avisarte. Has escapado temporalmente de tu vida, pero, mi niña.. este no es tu destino. ahora que eres feliz, que todo va tal y como tú deseas... ven conmigo, mi niña... antes de que vuelvas a sufrir" y, como de costumbre, le tendió la mano a la dulce muchacha. Ella, como de costumbre, sonrió.

"Mañana. Hoy no puedo irme contigo, pues alguien está esperandome. Mañana..."

"Mañana será demasiado tarde, niña..."

"nunca será demasiado tarde, abuela... hora debo esperar a mi marido. Mañana me iré con vos." Y la mujer, que cada vez estaba más curvada, dijo con su fría voz, alentada con un aspera desesperación...

"si ese es tu deseo..." desapareció.

A lo lejos, un hombre venía corriendo, seguido por un montón de hombres con palos de madera y estacas. Junto a él, una anciana mujer corría desesperada.
Ambos entraron en la casa, desesperados. La cogieron por los hombros y la sacaron de la casa a toda prisa, mientras eran perseguidos. Al llegar a las montañas y haber ganado algo de distacia, pararon.

"¿qué sucede?" la mujer se le echó encima, llorando a lágrima viva. El joven no se atrevía a abrir boca. Lentamente, la mujer le susuró al oído...

"¿cómo puedes estar viva? yo... yo te bandoné... ¡¡y te vendí a cambio de mi vida...!!" miró esos ojos dorados, y su llanto se incrementó, mientras Reila no quería pensar, no quería saber lo que empezaba a comprender, lo que en unos segundos destrozaría toda su felicidad...

"Yo soy fruto de esa vida... de esa vida concebida a cambo de la tuya... mi vida... jamás pensé qe pudieras ser... mi propia hermana..."

Crack.
Algo se partió.

Lentamente, Reila miró a su joven amado, que no era capaz de mirarla a los ojos. Miro a su madre, a la madre de ambos, que lloraba sobre ella desconsoladamente... y miraba ese pequeño bulto que tenía en el vientre, ese pequeño fruto de su felicidad que ahora era igual que ella, fruto de un amor prohibido entre hermanos...

"vete de aquí. Tú, y tu hijo. Iros a un lugar adonde nadie os pueda encontrar... olvidaros de nosotros... si no te matarán, hija mía..."con unas últimas fuerzas, empujó con fuerza a su hija, mientras lloraba "¡¡iros a un lugar donde vuestros ojos no puedan ser pecado!!" el joven cogió a la madre, casi desfallecida, y miró a su prometida, blanca y temblorosa.

Reila lo sabía, ahora lo entendía. Tras una última sonrisa hacia el amor de su vida, salió corriendo montaña arriba, con sus manos protegiendo su pequeño bebé. La lluvia se mezclaba en su rostro junto con sus lágrimas, junto con el barro levantado y junto con la desesperación que sentía al pensar, que aquél que la habia amado, la única persona que la había querido y la habia entendido era... aquél que despertaría el pecado de nuevo.

Esa noche, al caer de sueño, algo la despertó. La anciana mujer se le sentó al lado, lentamente, y le ofreció la mano, sin decir nada.
Pero ella podía verlas, esas lágrimas que no salían de la capa, esos sollozos callados por ella, solo por ella, por aquella niña que un día dejaron a su cargo... por aquella niña que tan solo ella había cuidado... lentamente, levantó su mano, la cerró en puño y, llorando mientras esbozaba una sonrisa, le susurró...

"mañana. Hoy todavía no... mañana"

La mujer, sorpendida, contestó, como siempre habia hecho desde en día que la niña empezo a hablar...

"si así lo deseas..." y desapareció, dejando a Reila sola de nuevo, entre esas bastas montañas, entre esa oscuridad de la que ahora formaba parte.

Durante meses y meses vagó, sin rumbo, por las montañas. Pensaba en su amor, en su vida, en la vida que se estaba creando en su vientre. Y en las palabras de esa mujer que siempre había estado junto a ella...

Y pronto fue el día en que cayó al suelo, y no pudo seguir andando, pues ese pequeño ser nacido del pecado quería salir. Y ella, tan solo con su fuerza, se procuró un buen sitio donde dar a luz.

Estaba sola, totalmente sola, en medio de las montañas. Pero aún así...
La mujer pareció de nuevo, ante ella, con su capa oscura. Sin decir nada, se acercó a la convalecinte muchacha y le dió la mano, pero Reila, como tantas veces en su vida, sonrió.

"vas a verla nacer. A mi hija... la que comparte el mismo pecado que yo..."

La mujer, sorpendida, observó como salía la cabeza. Lentamente, ayudó a Reila con su parto.
El viento pasó, como un cortina que se levanta ante el nacimiento de la desesperación.
Ls pequeña no lloró, ni tan siquiera hizo el intento.
Pero su mdre, débil como estaba, la abrazó con fuerza y le dió un beso en la frente.

"mi niña... por fin puedo verte... mi Reila"

Y la pequeña sonrió.

"Reila... el mismo nombre de pecado..." susurró la mujer. "Debes entregarme este fruto del pecado. Pues al igual que tú, ella ha nacido con el sello del incesto... y con la belleza de su madre. No puede vivir."

Reila miró a su pequeña hija, de ojos dorados.
Sonrió, mientras le cogía la mano.

"¿acaso no me oyes? ¡¡no tendrá más que la vida que tú has tenido!! ¡¡no debería haber nacido, no debe vivir!! ¿dejarás que todos la marquen como a ti, con el sello del desprecio? ¡¡no pienso consentirlo!!" con furia, estiró de debajo de su capa una larga guadaña, y amenazó a la niña.
Pero Reila tan solo sonreía.

"mi querida muerte... que tantos aos me has estado buscando... ha llegado el día." La mujer la miró, sin entender, mientra Reila miraba a su hija "si debes llevarte una vida esta noche... te pido que sea la mía. Aquella alma que tanto has cultivado y tanto has vigilado... y no ésta que aún tiene mucho futuro por delante."

"¿no te das cuenta... de que sufrirá tu mismo destino?"

"por eso mismo, porque sufrirá mi mismo destino... porque vivirá, crecerá, aprenderá sobre la vida, se enamorará.. y será un mundo para alguien. Porque aunque nazca bajo el sello del pecado, no se rendirá... al igual ue yo jamás me rendí. Por eso, solo por eso... llévame a mí."

Reila se levantó lentamente del suelo, dejó a la niña en el, le sotó la mano y se puso frente a la muerte. Cogió su huesuda mano, ahora inherte, y la abrazó con la suya.

"hoy estoy lista... porque ya no me queda nada por hacer. Asi que, llévame..."

Lentamente, la guadaña cayó sobre la espalda de Reila, quien miraba con un sonrisa a su hija...

"no puedo..." de la espalda de Reila salieron unas plumas negras, semejantes al ébano, que las envolvieron por completo. Eran una grandes alas negras.

"¿esto... es la muerte?" dijo Reila, sonriendo.

La muerte, por primera vez, se descubrió el rostro. De su calavera inexpresiva, una voz resonaba, dolorosa, hacia fuera.

"no es la muerte, mi niña... yo no puedo darte muerte ya. Pues, pese al pecado que afrontan tus ojos, jamás te rendiste.. porque eres la viva representación de la esperanza. Pese a estar todo perdido, jamás recurriste a mi... ¿y ahora lo haces tan solo por salvar una vida igual que la tuya? tu vida es demasado valiosa... así que, mi niña... mi pequeña e ingrata niña..."

"yo te doy alas... "


"serás un ángel caído, un ser despreciado por el resto, tan bello y tan lleno de pecado que repudiará su existencia... pero que seguirá viviendo... porque siempre creerá en un mañana... en ese mañana que valdrá la pena vivir."

"así, mi niña... sé feliz, y cuida de tu hija... a la que ahora debes proteger"

Dicho esto, la muerte desapareció...

Y cuentan las leyendas, que tras un tiempo, apareció en casa del joven amado, una niña pequeña de ojos dorados, protegida por unas plumas negras.. que, a pesar de ser fruto del pecado, supo salir adelante...

vigilada siempre de cerca por un ángel... de ojos dorados como ella...

que nunca supo lo que era la rendición. 


 
Pd: porque hay cosas que jamás deben olvidarse =D

lunes, 15 de agosto de 2011

¿Recuerdas...?

... Cuando te metias conmigo, para hacerme rabiar?
El momento en que te sinceraste x primera vez cnmigo?
La primera vez que lo hice yo contigo?

¿lo recuerdas?

Recuerdas las largas noches en medio de nada, acompasando tus canciones con mi voz?
¿las madrugadas cantando al unisono?

¿Lo recuerdas?

¿Recuerdas la primera llamada, una de tantas y tan largas?
¿Y lo que hablabamos en ellas?

¿Recuerdas los quebraderos de cabeza, las peleas estupidas, los momentos en los que te encerrabas en ti y no me dejabas entrar?
Puede que ya no lo recuerdes, que tu mente haya esparcido esos momentos como petalos al viento, o los haya encerrado en el fondo de tu propio baul.
Yo si los recuerdo...
Como los largos paseos escuchando tu voz, las horas de espera intentando no dormirme, el cielo azul que se abria sobre mi mientras estabas a mi lado, sin estarlo, sin saber siquiera si estaba pensando en ti...

Recuerdo cuando eras mi amigo, mi confidente, cuando te preocupabas x mi, cuando me dejabas preocuparme por ti,
Recuerdo los abrazos desde mi cama, los besos que lo curaban todo...

Las alas que me crecian al tenerte cerca.

Esas alas se torcieron, como se acabaron las llamadas, los besos, los abrazos, las confidencias y la confianza que pusimos el uno en el otro...

Y hoy mi cielo sigue siendo azul, pero mis lagrimas me impiden verlo... Y no t tengo aqui para que me las apacigues.

Recuerdo cuando eras un pilar en mi vida... Y sin ese pilar, no estoy completa.

Hubieron mil promesas x cumplir... Muchas de ellas ya jamas veran la luz, pero otras... Podrian no caer en el olvido, podrian...

Si les diesemos la oportunidad.

¿recuerdas...
A esa pequeña miedosa, que necesitaba oirte a todas horas para saber que no te habias ido dejandola atras...?

Pues esa pequeña esta aqui...  

Y ha venido a buscarte.

Pd. Y sin mas, no hay mas que decir, que lo que ya sabes...
Te echo de menos.

jueves, 9 de junio de 2011

Recuerdos desde Sau

Las maletas apenas habían cabido por la pequeña puerta de madera, prácticamente podrida, con las juntas oxidadas. Rechinó quejándose, pero Marta hizo caso omiso. Sus ojos buscaban desesperadamente ese bultito, esa cosa fea y arrugada que le había hecho volver por vacaciones a su pueblo natal.
Hacía años que no volvía a Sant romà de Sau, un pueblo pequeño, desfasado, situado en el centro de un valle, alejado de la sociedad y sin casi habitantes con los que jugar y recorrer las calles. Lo único interesante era la iglesia, y el párroco nunca les dejaba gritar dentro, ni correr por los pasillos, ni subir al campanario y tocar la campana. Pero Marta sabía que no era por eso por lo que se había alejado de su familia, por lo que había dejado el hogar que la había visto crecer. No, las causas habían sido muy, muy distintas...
Llegó al comedor y dejó los fardos, tirados de cualquier manera. Se adentró corriendo a la cocina, mientras gritaba de alegría. Allí estaba ella, chiquitita y frágil como la mejor de las porcelanas, su niña consentida. Su nueva sobrina, Cristina.
No grites tanto, la despertarás.
Su hermana, Rebeca, protegía a la pequeña con sus dulces brazos. Pequeña y antaño delgadita, Rebeca siempre había sido su más leal confidente. Ahora, tras el parto, su fisonomía había cambiado bastante: más carnes, más cuelgues, y, sobretodo, muchísimas más ojeras. Marta se apenaba un poco al verla, con solo 17 años y ya tenía los primeros síntomas de vejez. Pero sabía que era feliz, ¿como no iba a serlo? Tenía salud, una niña hermosa... y a él.
Tomás entró por la puerta, enfurruñado. Marta evitó mirarlo. Se conocían desde hacía casi 10 años, él prácticamente le cambiaba los pañales cuando su hermana tenía que quedarse en casa, cuidándola. Amigo de la familia, Tomás había sido su hermano, su padre, su maestro, su compañero de juegos... y su amor platónico. Porque aunque Marta solo tenía 11  años, ya conocía ese sentimiento al que llaman amor. Él era su mundo, y quería compartir su vida con él. Lo quiso...
Hasta el día en que se comprometió con su hermana.
Ese día fue muy duro para ella. Su mejor amiga y su amor, unidos en santo matrimonio. No pudo soportarlo, y con solo 8 años se las ingenió para estudiar fuera. Fue duro, mucho estudio, muchas despedidas, mucha soledad. Pero todo era mejor que sufrir un desamor allí, junto a ellos, en ese pueblo donde todos se conocían, donde tarde o temprano la gente habría adivinado sus sentimientos. No, había que enterrarlos, y eso hizo.
En cuanto se enteró de que la pequeña había nacido, un nuevo brillo despertó en sus ojos. ¡Una niña! Una princesita fruto del amor de las dos personas más importantes para ella. Pensaba mimarla, malcriarla, jugar con ella y ser su apoyo, como Tomás lo había sido. Pero para eso tenía que volver.
Elevó a la pequeña entre sus brazos, mirando los hermosos ojos que la miraban. La pequeña sonreía, y Marta la abrazó con fuerza. Sentía tanto amor por esa niña... la dejó junto a su madre, y sacó de su bolsillo un regalo para ella: un collar de plata, en forma de corazón, con el nombre de la niña en una cara, y un “te quiero” en el otro. El colgante se partía en dos, uno para la pequeña, y otro para su tía. “Para estar siempre juntas”, se había dicho cuando lo había comprado en la joyería. No había escatimado ni una peseta, y no le había dolido... la niña sonreía mientras hacía mover el colgante, a un lado y al otro: le gustaba. Y eso a Marta le hacía feliz.

Volver al hogar no fue fácil, pero con los días Marta se fue adaptando. Con su sobrina todo era más fácil: la llevaba de paseo, la lavaba, jugaba con ella, le daba de comer. No era doloroso salir a la calle, que la miraran, que le preguntaran como había sido salir de allí. Ella estaba feliz con su niña, y el resto no le importaba.
Rebeca y Tomás apenas daban señales de vida, y eso sí inquietaba a Marta. Su hermana estaba dejada, soñolienta y débil: nunca la había visto así. Se pasaba el día durmiendo, y a menudo tropezaba contra el sofá, la mesa, el refrigerador... y se daba un castañazo. Había perdido la cuenta de los moratones que se había hecho desde que había llegado, y  cuando cogía a su hija entre los brazos, empezaba a llorar. El primer día marta se asustó, pero su madre le informó que era normal. “la depresión post-parto”, había dicho. Marta no se lo tragaba, pero no sabía qué más hacer para ayudar a su hermana que estar con la pequeña. En cuanto a Tomás... Siempre andaba con el ceño fruncido, de aquí para allá, sin pararse a hablar con nadie, sin pararse a mirar a nadie. Apenas le había dirigido la palabra desde que llegó y, a menudo, le sorprendía mirándola de arriba abajo, como quien  inspecciona a su presa antes de comérsela. Había algo en él que comenzaba a asustarle... sin duda no era el mismo hombre que ella conocía.
Un día, tras dar un paseo por el puente con la niña, Marta decidió visitar la iglesia. No era una gran creyente, cosa que no podía decir frente a su madre, pero ese día le apetecía enseñarle a Cristina los pasillos, las velas, el órgano y la campana que la habían acompañado en sus travesuras. “Y las criptas”, se dijo a sí misma, esas criptas donde más de una vez se habían metido para jugar con Tomás.
Caía la noche.
Estuvieron un rato en la iglesia, y finalmente Cristina se durmió. Al salir, una figura sombría le heló los huesos: había alguien en las criptas. Quiso correr, pero sabía que el miedo era infundado, puesto que no habían apenas habitantes en Sau y mucho menos ladrones o cosas así: el peligro solo existía en la ciudad, no en los pueblos casi abandonados. Así que se acercó, agarrando con fuerza el carrito. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, vio la figura de un hombre frente a ella. Se puso a la defensiva, solo por si acaso, cuando un susurro la tranquilizó: era Tomás. Rió para sus adentros, ¿quién sino Tomás se atrevería a pasear por los mausoleos de los muertos? Se acercó a él, lo tomó por la mano y le dijo que se fueran a casa, con Rebeca.
Solo le dio tiempo a soltar el carrito. En menos de un segundo, se vio empotrada contra la pared. Su cabeza le daba vueltas, mientras notaba un fuerte dolor en el cuello. Intentó gritar, pero no pudo. Tomás estaba sobre ella, con sus labios fuertemente apretados contra los suyos y las manos inmovilizándola. Acercó su boca al oído y le susurró.
nunca debiste haberte ido... nunca.
Y todo se volvió negro.
Un llanto la hizo volver en sí: Cristina estaba llorando. Aún notaba peso encima, así que empezó a patalear con fuerza, mientras iba recobrando el sentido. Un pie acertó, y el acosador salió de encima suyo. Se apresuró hacia el carro, agarró velozmente a la criatura y salió de allí corriendo, mientras oía gritos a su espalda, gritos que oía pero no entendía, no entendía nada, absolutamente nada...
Llegó a casa, entró y se quedó en la puerta, descubriendo que no se había olvidado de respirar. Sólo entonces se le ocurrió dar una ojeada a sus ropas, que estaban todas rotas. Se adentró en el comedor, temblando, y vio a su madre con su hermana.
Empezó a llorar.
Las dos se abalanzaron sobre ella, preocupadas, pero ella ya no las escuchaba, ni a ellas ni a la pequeña, que seguía llorando entre sus brazos. Ahora lo entendía todo, la dejadez de su hermana, los moratones, el comportamiento de Tomás...
¿cómo había llegado él, aquél a quien tanto había querido, a ese extremo?
¿qué había pasado en su ausencia?
Reaccionó al escuchar pasos a sus espaldas. Soltó la niña en los brazos de su madre, y corrió hacia el dormitorio. Su padre se había ido hacía algunos años, pero la había enseñado a defenderse. Con las manos temblándole con fuerza, cogió la escopeta de caza y la cargó. Salió arma en mano, y vio a su agresor entrando por la puerta, como si nada hubiera pasado. No entendía por qué su hermana y su madre no se habían revelado, pero ella no iba a pasar por el aro. No, ella venía de la ciudad, donde has de aprender a cuidarte sola. Apuntó con decisión, sin miedo en los ojos.
vete de aquí.
Él hizo intento de acercarse, pero el primer disparo le demostró que iba muy en serio. Por suerte para él, la pequeña falló y le dio a la pared. Marta empezó a temblar de arriba abajo. Lo miraba con asco, decepcionada y dolida como nunca se había sentido, y empezó a perder las fuerzas. No había fallado el tiro, lo sabía, simplemente no podía hacerlo. Aunque hubiera intentado violarla, aunque pegara a su hermana, aunque fuera un ser despreciable...Rogó con fuerza que se fuera, mientras le miraba a los ojos intentando parecer decidida a todo por su familia. Por fin, el hombre dio un paso atrás y se fue.
Marta no podía moverse del pavor que sentía.
Mantuvo el arma un buen rato en alto, mientras se aseguraba que no volvía. Su madre y su hermana, con temor, se pusieron tras ella, e intentaron que soltara el arma. Tras unos largos minutos, lo lograron, y las tres se enfrascaron en un llanto que duró horas.

Era el fin de una pesadilla.

Pasaron días, semanas, y por fin, poco a poco, tanto Rebeca como su hermana se fueron recuperando. Marta se enteró de muchas cosas; mucha gente, como ella, habían emigrado a las ciudades cercanas, y el pueblo se había quedado prácticamente vacío. Tomás también había querido marchar, pero Rebeca amaba Sau, y se negaba a irse. Él estuvo a punto de dejarla... pero entonces Cristina apareció, y no tuvo valor para abandonarlas. “¿Pero sí para castigarla continuamente?” había pensado Marta, el día en que su madre, entre lágrimas, se lo había contado todo. Sin embargo, no se atrevía a mencionar ante su hermana el nombre de Tomás, menos ahora que, por fin, había vuelto a sonreír.
Pero no todo eran alegrías.
Desde la ciudad, les vino un comunicado espantoso: el pueblo se había nombrado oficialmente deshabitado, pese a que todavía había gente, como ellas, que seguían allí. Como el pueblo estaba situado sobre un río y en un valle, habían decidido ya qué hacer con esas tierras: iban a convertirse en un embalse, en un pantano, donde ya estaban construyendo una central hidráulica. Les ayudarían, obviamente, ofreciéndoles un lugar para vivir temporalmente y una pequeña compensación económica por las molestias causadas. Todo eso en un tiempo límite de un mes.
En otras palabras: su hogar iba a desaparecer de la faz de la tierra.
Las dos hermanas habían ido a la ciudad, se habían quejado, como los pocos vecinos que aún tenían, pero de nada sirvió. La decisión estaba tomada desde hacía tiempo, solo habían esperado un poco a que la gente quisiera modernizarse por su propio pie. Pero ya no esperarían más. Rebeca luchó como la que más, pues amaba su pueblo, y, precisamente por eso, la decisión inamovible de los altos cargos la dejó destrozada.
Les ofrecieron una barraca que habían acomodado en lo alto del valle, cerca de la central, y en los días que siguieron a eso, con sumo dolor, las tres fueron empacando sus cosas y trasladándolas. Su madre intentaba estar animada, “¡no nos pueden dejar en la calle! Seguro que nos darán alguna ayuda, a fin de cuentas, una vieja y una chiquilla con una niña no podemos hacer mucho... ¡seguro que entenderán! Tú estudia mucho y sacanos adelante, Marta!” le solía decir a su hija, quien reía por no llorar, imaginándose ya, a los 11 años,  trabajando de abogada o de arquitecta para sacar a su familia adelante.
Eran tiempos duros... pero la presencia de Cristina, tan chiquita que no entendía nada, alegraba hasta el oscuro porvenir de Rebeca. Sin duda, era el alma de esta nueva familia, donde habrían de luchar mucho para lograr ser felices.

Finalmente llegó el día de la inundación del pueblo. El valle ya estaba preparado para convertirse en pantano, y la gente ya había sido totalmente desalojada. Desde su barraca, podrían presenciar el momento en que su hogar se vería reducido a escombros. Sería a la madrugada, justo antes del amanecer.
Marta no quiso verlo. Se le acababan pronto las vacaciones, y decidió que era el momento idóneo para volver a la ciudad. No se creía capaz de ver como todos sus recuerdos eran engullidos por el agua y sepultados para siempre. Simplemente, no podía ser tan fuerte. Se despidió de su familia a la mañana, le dio un beso de despedida a su pequeña sobrina y partió en el autobús camino a la estación de trenes, donde se alejaría de todo lo vivido durante una temporada. Su madre había prometido reunirse en la ciudad con ella, en cuanto encontraran algo que pudieran pagarse con la miseria que les habían otorgado como “compensación”. A Marta le sabía mal no acompañarla en esos momentos, pero sabía que sería demasiado para ella, y que la vida debía seguir.
Eso pensaba, mientras acomodaba las maletas en el tren, que partía en cinco minutos. Se sentó en el asiento que daba a la ventana, y dejó la mente volar por el vagón, por la estación, salir volando y llegar hasta su pequeño Sau, donde había nacido, donde había descubierto el amor de sus padres, donde se había enamorado...
Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿dónde se habría metido Tomás? Algunas noches le había parecido ver su sombra en la lejanía, entre los árboles. Cuando andaba sola, temía encontrarse con su figura, y aún la violaba a veces en sus peores pesadillas. Pero por quien más sufría era por Cristina. Ella era su hija, pero no había dado señales de vida ni siquiera para verla... “bueno, con una niña de 11 años apuntándote con un rifle, supongo que se te quitan las ganas de todo”, pensó sonriendo, recordando el momento vivido hacia unos meses.
Otro escalofrío, éste más intenso, y sus ojos se abrieron como dos enromes platos.
¿Cómo no se había dado cuenta antes?
El timbre del tren empezó a sonar, anunciando que partía. Marta se levantó y salió corriendo, olvidando sus bolsas en el vagón. Saltó del tren y corrió hacia la estación de autobuses. Su corazón latía con fuerza, con muchísima fuerza. ¿cómo había sido tan idiota de no darse cuenta?
¡¡Tomás tenía miedo de ella!! ¡¡y si ella se alejaba...!!
No quiso ni pensarlo. Espero impaciente en la parada y se enfrascó en el primer autobús que apareció dirección a las cercanías de Sau. No le preocupaban las maletas: había conocidos en el tren, no viajaba completamente sola, y supuso que alguien las cogería... y si no, tanto le daba. Su familia era más importante que cuatro trapos y una maleta con recuerdos de una vida.
Al llegar a la barraca, otro escalofrío la recorrió: la puerta estaba abierta. Entró con miedo, llamando a su madre. Nadie contestaba. Escuchaba su corazón latir con fuerza en sus orejas. Bum bum. Bum bum. Bum bum.
Pensó que le estallaría, cuando descubrió a su madre tirada en el suelo, desangrándose. Marta se lanzó sobre ella, alarmada. No pudo oír sus latidos, ni su último aliento.
Estaba muerta.
La abrazó con fuerza, durante horas, llorando como nunca antes había llorado.

Cuando volvió en sí, la noche caía sobre Sau. Unas palabras en su mente bailaban, felices. “Nunca debiste irte”, decían. Era la voz de Tomás, que se reía de ella. Y ahora lo estaba pagando. Había matado a su madre, sin duda había sido él, y se había llevado a su hermana... y a Cristina... ¿pero adónde?
“Nunca debiste irte...” esa frase no le dejaba muchas opciones.
Amarró el primer cuchillo que encontró, y salió corriendo de casa, dejando el cuerpo de su madre inerte en el suelo. Se dirigía a su hogar, a Sau, el pueblo que nunca debería haber abandonado. Se dirigía en busca de su familia.
Bajó el valle tan rápido como pudo, y, jadeando, se presentó en lo que había sido su casa, siendo ahora cuatro paredes destartaladas. Entró.
Su hermana estaba tendida en el suelo, sin moverse, en posición fetal. Sobre ella, aún dándole patadas, se hallaba Tomás, que reía malvadamente, mientras gritaba cosas que Marta no llegaba a comprender. No las quería comprender.
Se acercó sigilosamente por la espalda, y le clavó el cuchillo en el costado. Tomás soltó un grito ensordecedor, mientras caía al suelo presa del dolor. Marta aprovechó para ir a socorrer a su hermana. Aún respiraba, aunque muy débilmente. Frente a ella, en el sofá, estaba Cristina, llorando.
Tomás se incorporó y le propinó una patada que la estampó contra la pared. Sus huesos crujieron, pero hizo caso omiso. Se levantó y lo encaró. Él, con una sonrisa, se puso frente a ella.
¿acaso no lo entiendes? ¡Si ellas desaparecen, por fin seré libre! ¡libre para poder irme de aquí, libre para poder vivir!- la miró con unos ojos lujuriosos- libre para ser tuyo... ¡ellas me han destrozado la vida! ¡a los dos! ¡si no fuera por ellas, nunca tendrías que haber vuelto... déjame hacer lo que ambos queremos!
El cuchillo fue directo a su pecho, haciendo que dejara de hablar. Lo miró a los ojos con rabia, mientras él le devolvía una cara que ella no entendió. ¿Decepción? Sí, la miraba con unos ojos decepcionados. ¿Acaso se había creído todo lo que decía? En otra ocasión hubiera sentido pena por él... pero ya ni siquiera podía hacer eso.
Dejó que cayera al suelo, y corrió a socorrer a su hermana. Se la cargó a la espalda e intentó cargar con ella, cuando una risa la hizo girarse.
je... ¿acaso no recuerdas? No te dará tiempo... está apunto de amanecer. Yo moriré aquí... ¡pero vosotras tres vendréis conmigo!
Bum bum. La voz de Tomás volvió a desplumar su mente.

La inundación.

Sacó la cabeza por la puerta. El cielo clareaba: estaba empezando a amanecer. Presa del pánico, intentó arrastrar a su hermana fuera de la casa. No podía con ella, pesaba demasiado... no iban a llegar a ningún sitio.
Con inmenso dolor, soltó a su hermana, le dio un beso y corrió hacia Cristina, a la que cogió en brazos. Se giró y... Calló de bruces al suelo.
Tomás se le abalanzó y la derribó con sus últimas fuerzas, arrollándola contra el sofá. Su brazo hacía un ángulo raro, pero la niña lloraba sin ningún rasguño. Notaba calor al costado, y al tocar con la única mano que le quedaba viable, encontró sangre. Dio una última patada al amor de su vida, cargó con la niña e intentó levantarse.
Un ruido atroz le llegó a los oídos. El sonido del agua.
El suelo tembló estrepitosamente, y las paredes cayeron ante la fuerza del impacto. Marta se aovilló con Cristina en sus brazos, y recibió un golpe contundente en la espalda que la hizo gritar de dolor. Y de pánico. El agua empezó a arrastrarlo todo, mientras ellas se dejaban llevar por esa ola gigante que había arrasado con su hogar, con sus recuerdos. Con sus sueños.

Cuando abrió los ojos, aún no entendía como podía seguir viva. Cristina no se movía, y ella apenas aguantaba la respiración. Estaba entre escombros, en una pequeña burbuja de aire que se había creado y se consumía en segundos. Al moverse, el agua entró. Sacando fuerzas de donde ya no habían, Marta salió de ahí, y tuvo ante sus ojos el desierto de las profundidades en la que se había convertido su pueblo. No había esperanza. Apenas se podía mover, y el agua la enterraba cada vez más y más abajo.
Fue entonces cuando lo vio: la única edificación que seguía en pie, el único recuerdo que se negaba a desaparecer. La iglesia. El campanario podía ser suficiente alto como para salir de ahí, se dijo a sí misma. Y empezó a nadar, como pudo, haciéndose impulso con los pies doloridos, abrazando a su sobrina, su niña, a quien debía salvar a toda costa, a la que no se atrevía a mirar, por terror a verla inerte...
Bum bum. Su corazón se había posado en los oídos, y le reventaba el cerebro. Le faltaba la respiración. “Un poco más, ¡¡¡un poco más!!!”. Casi había llegado. Bum bum. ¡¡llegó!! solo quedaba nadar hasta el campanario. Bum bum. Bum bum. Veía la campana. Bum bum. Bum bum. Casi podía tocarla casi estaba... bum bum. Bum bum. Bum bum.

Y los latidos cesaron.

Exhalando su último aliento, elevó las manos hacia el cielo, soltando el fardo que llevaba en ellos, dejando a su sobrina flotar hacia el cielo, rogando a ese Dios en el que nunca había creído que la salvara... que salvara a su niña...
Y cerró los ojos.

Al caer el día, Sau había sido enterrado por el agua. Todos sus habitantes habían presenciado el momento de su desaparición con angustia, con tristeza, pero con la vista puesta en el mañana.
Y con asombro descubrieron, que su tierra no les dio la espalda... pues quiso ser recordada, y de sus restos una torre quedó alzada, impasible ante el agua, mostrando solo la punta sobre la superficie...
El campanario de su iglesia, donde una pequeña quedó refugiada, llorando a pleno pulmón...
Hasta que fue rescatada.
Una pequeña que nunca conoció a su familia, pero que siempre la llevó presente, gracias a un pequeño colgante de plata, grabado con su nombre...
Un regalo de alguien que la amaba.
Y aún a día de hoy aguanta el recuerdo de Sau, convertido en pantano, por esa iglesia... y aún hay días, cuando el pantano se vacía, en que se pueden recorrer sus deshabitadas calles, lo que queda de sus casas, y gente como Cristina, que tuvo que abandonar el pueblo de pequeña, puede volver allí... a su tierra...
Para crear nuevos recuerdos juntos.

Dedicado a esas dos grandes Cristinas que me inspiraron, una perdida por mentiras y verdades ahogadas en el agua de las lágrimas, y otra que sigue ahí, junto a mí, llenando cada día más el vaso... y bebiendo pequeños sorbos. 
Sin vosotras esto jamás habría salido de mi cabeza. Gracias petardas.