martes, 31 de diciembre de 2013

See you '13

Sentada en mi mesa, con el café entre mis manos agrietadas, me dejo hipnotizar por las volutas de humo que salen de mi garganta al respirar. Me percato en mi subconsciente que ya ha llegado el frío, y con el frío siempre me da por echar la vista atrás.

Queda poco para que te vayas, y no vuelvas jamás.

Miles de personas esperan con ansia ese día en que nos dejes, presos de la convicción de que, con tu partida, todo mejorará. Reniegan de tu nombre, de los actos que ocurrieron en tu presencia, y desean con ansias que tu sustituto les traiga mejor suerte. Claro, la vacante está abierta, y alguien debe ocupar tu lugar. En cuanto pongas un pie fuera, todos alabarán a tu sucesor y nadie querrá acordarse de ti. 
 
Nadie... Pero yo .

Yo no puedo culparte por todo lo malo que ha podido suceder mientras estabas aquí, pero sí puedo alegrarme y agradecerte todo lo que me has dado. Por lo que aún hoy, en el último de tus alientos, me estás dando. 

Junto a ti he vivido cambios. He pasado de estudiante a graduada, de aprendiz a maestra. Aún me queda mucho por aprender, pero mi camino ya es un principio que otros verán y, si quieren, seguirán. Contigo he visto que los finales son sólo el principio de otra etapa, y que la vida tiene mucho que mostrarte si sabes con qué ojos mirarla, y con qué espíritu disfrutarla. 

Contigo he vivido reencuentros, algunos efímeros y otros fuertes como el hierro. Me has devuelto parte de mi pasado más olvidado, me has ayudado a encontrar el valor para mirar a mi futuro y para enlazar mis hilos más perdidos con mis propias manos. Gracias a ti, hoy ya no me veo sola en mi reflejo. 

También he vivido despedidas. Duras y crudas, temporales y permanentes, necesarias y obligadas. Ninguna agradable pero, ahora lo sé, todas con el mismo objetivo: seguir adelante en este camino indefinido y con tantas curvas. Algunos volverán, otros desaparecerán en el entresijo de recuerdos... Todos ellos se quedaran junto a ti, una vez te vayas. Los recordaré cada vez que eche la vista atrás, tal como hago en estos instantes, y desde la distancia del tiempo volveré, una vez más, para seguir aprendiendo de mis propias decisiones, para seguir recordando esas sonrisas, y para recoger fuerzas para el camino que avanza imparable.

Me has enseñado a valorar los pequeños detalles, los instantes que hacen la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario. Me has instado a escoger el camino difícil, a sudar con mi esfuerzo cada logro conseguido. 

Me has otorgado un hogar. 

Me has mostrado todo cuanto anhelaba, sólo para que me percatara de que quería más. Y que, en mi interior, se haya cuanto necesito para lograrlo. 

Porque si hay algo que me dejas tras tu marcha, es sin duda la certeza... 

De que en mis manos está cuanto necesito para ser feliz .

Con el paso de los años, todos mirarán atrás y juzgarán que el 13 trajo desdichas: hambrunas, crisis, pobreza, muerte... Yo rascaré la superficie de esa afirmación, y les contaré mi versión de ese número maldito, la versión de alguien que supo apreciar lo que bueno que trajo con él. 

Ya que, después de todo cuanto he pasado, ¿cómo podría decir que fuiste un año malo para mí?

Ahora duerme, es momento de descansar. No más piedras, no más juicio. Déjalo todo atrás y descansa...

Nosotros veremos qué nos depara el nuevo día.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Sombras

Sólo sus estrepitosos pasos rompían el silencio de la noche. Tan veloz como podía, cruzaba sin rumbo fijo el bosque, corriendo, huyendo, implorando salvarse. Tenía grabado en su retina los cuerpos despedazados de sus padres, los ojos apagados y sin vida de su hermano, el campo cubierto de un brillante carmín a la luz de la luna.

Nadie la había visto venir, simplemente apareció. Ella logró esconderse bajo el coche, pero a cambio tuvo que presenciar toda la masacre. En cuanto lo vio posible, se lanzó de cabeza hacia los árboles, en busca de ayuda, refugio, lo que fuera contra esa criatura.

Pero la sombra le seguía la pista, corriendo incansable a través del abrupto camino. Tras su paso, se podía vislumbrar el rastro de sangre que dejaba; daba igual cuanto corriera, la misteriosa figura le pisaba los talones. Ella sólo podía correr, no podía dejar que la atrapara.

Sus pies fallaron en el preciso momento que más los necesitaba, haciendo que cayera ladera abajo. Rodó por raíces y pedruscos, hasta posicionarse al borde de un escarpado acantilado. Intentó aguantar la respiración, sin moverse, deseando que ese pequeño desvío hubiera despistado al perseguidor. Aguzo el oído, nada se oía más que el vaivén de las copas de los árboles. En un arranque de valentía, abrió los ojos.

Su pesadilla le devolvía la mirada desde el suelo.

Presa del pánico, reculó todo lo que pudo hacia atrás, arrastrándose, hasta que sus manos no encontraron suelo y su cuerpo cayó hacia las sombras del mar. Su cabeza encontró suelo antes que sus pies, pero no fue suficientemente rápida; a su lado, sonriendo, la sombra la besaba.

Cuando la encontraron por la mañana, suicidada y cubierta de la sangre de sus familiares, nadie dudó en la autoría del asesinato. Claro está, nadie logro ver a pleno día...

El mal que aún latía en su interior.

martes, 3 de diciembre de 2013

Por una vez

-¡Te mataré maldita zorra!
Tras él sonó el portazo, y tras ello, solo sollozos. La había dejado encerrada en la habitación donde, antaño, le pegaba hasta dejarla inconsciente. No recordaba si había escuchado el chirrido del pestillo o si era su mente acostumbrada; en realidad poco importaba, no tenía fuerzas ni para ponerse en pie. 
Posó sus manos sobre el voluminoso vientre, intentando en vano reparar el dolor que la paliza le habría costado a la criatura. Huyó de sus garras en cuanto supo que estaba en cinta, pero su perdición fue no querer abandonar a sus padres. Caso error, ya que ambos teñían ahora la alfombra de la entrada. 
Era el fin, lo sabía y lo aceptaba, como aceptaba que el hijo de ambos no sobreviviría a los maltratos del padre. 
Tras unos minutos eternos, se dio cuenta de que tenía la entrepierna mojada. No había orinado, así que eso sólo significaba una cosa: el pequeño quería salir.  
 Ella quería verle. 
Abrió como pudo las piernas, se agarró con fuerza la falda y empezó a empujar. Uno, dos, tres. La sangre goteaba por las piernas, y notaba como la carne se rasgaba y abría bajo la presión. Desfallecía por la fuerza, pero debía sacarlo. Alargó las manos hasta su miembro, le tocó la cabeza, la cogió entre sus manos.
Y tiró.
Notó los huesos del cráneo ceder a su fuerza de adulto, pero nada importaba; debía verlo. Estiró con fuerza, mordiéndose el labio hasta que borboteaba sangre, sudando, muriendo, hasta sacarlo. Una vez fuera, agotada, lo alzó frente a ella.
El pequeño no lloraba, pero aún movía levemente sus manitas. Se lo acercó al rostro, para besarle la frente.
No escuchó la puerta, ni los insultos, ni siquiera el tiro. Apenas vio la bala llegar a la cabeza del niño, atravesarlos a ambos. Aún en el suelo y con su futuro muerto encima, su rostro sólo reflejó la tranquilidad de, al menos una vez.

 haber podido vislumbrar el rostro de su hijo.

martes, 5 de noviembre de 2013

(dis)hope


Un par de gotas cayeron sobre su cabeza. No le importó, ya que le gustaba el agua. Se acercó más a la fuente, pero alguien le apartó. La chica sollozaba mientras le veía alejarse, aunque él, en brazos de un extraño, no sabía por qué. 


Luego vino la parte de atrás de la camioneta, la puesta de sol, el bosque. Nunca había estado allí, nunca había salido sin ella, pero hoy algo era distinto. Algo iba mal.


Había poca luz.


El desconocido lo sacó violentamente de la camioneta, haciéndole daño en una pata. Pero él había aprendido a ser un niño bueno, así que ni gimoteó. Sabía que, si no, ella lloraría. Con las patas en el barro del bosque, vio subirse al extraño a la camioneta. El tubo de escape rugió sonoramente, y pronto solo fueron él y el bosque. Se acurrucó, no le gustaba estar solo. ¿Por qué le habrían traído allí?


Esperó.


La luz se fue, y el frío lo acogió en sus brazos. Su pelaje negro pronto tuvo rocío sobre él, pero no había alternativa. Debía ser un niño bueno, debía esperar. Todos sabían que los niños buenos eran recompensados, y él había sido el mejor, sin dudarlo. Lo sería ahora, esperando bajo el frío.


A la mañana siguiente salió la luz del sol, pero él ya no era capaz de verla. Tenía hambre, tenía sed. Echaba de menos los brazos de un humano. Pero su cuerpo no se movía, sus músculos se negaban a contraerse, haciéndose todos ellos la misma pregunta, la misma que se hacía cada poro de su piel y cada célula de su cuerpo.


¿Por qué?


Siempre había sido bueno, siempre había protegido a su dueña contra viento y marea. Ahora no era capaz de verla, de notar su calor. Aquí, solo, hacía mucho frío.

Tras los días, ni siquiera intentó buscar comida. ¿Para qué? El frío no se iría, seguiría solo con la tripa llena o sin ella.


Estaba solo.


Unos brazos cogieron su cuerpo, casi agotado, y lo pusieron de nuevo en una furgoneta. Al abrir los ojos, vio comida y bebida. Vislumbró el rostro de una señora, que le acariciaba con afecto. Notaba su mano, pero no su calor. La furgoneta arrancó dejando el bosque atrás, aunque el frío lo siguió.


Lo metieron en un rincón estrecho, lleno de paredes de hierro. Los otros no callaban, insultaban y gritaban todo lo que podían. El no tenía fuerzas para luchar, ya había aceptado la derrota. Se acurrucó y se durmió.


A lo lejos, volvió a ver el bosque, todo envuelto en penumbra. Nadie más que él estaba ahí, y nadie vendría; de nada le había servido ser bueno. Fijando la vista y el olfato, intentando encontrar algún rastro, olió un dulce aroma. No lo conocía, pero le gustó y lo siguió bosque adentro.   Tras horas de andar, encontró un claro tocado por la luz de la luna, donde las hojas ondeaban y cosquilleaban su estómago. Todo olía a ese dulce aroma, y se acurrucó bajo la luz de la luna, que lo abrigó. Allí, en medio de la nada, volvía a sentir ese calor, ese aliento que le recordaba que no estaba solo.


Cuando abrió los ojos, el recuerdo de ese aroma perduraba en su nariz, y el calor seguía en su cuerpo. Sí, sería un niño bueno. Seguiría teniendo esperanza, porque sabía que ese calor era real, que alguien vendría a por él.


Con eso en mente pasaron las horas, los días, las semanas. Todas las noches se embriagaba en sueños con la luz de la luna, todos los días los soportaba con los recuerdos; a la espera, inagotable, de que ese aroma viniera a por él y lo sacara de ese infierno. Siguió teniendo fe el día que no lo llevaron hacia la derecha, como siempre, si no a una sala muy fría, que olía muy mal; aguantó las correas, el bozal y no molestó al hombre que tenía delante, con guantes y bata. Iba a ser un niño bueno, porque así le vendrían a buscar.


Aún cuando la aguja se introdujo en su cuerpo, aún cuando el veneno corrió y se le 
cerraron los ojos, él siguió esperando… 


Esperó a que el aroma que tanto había soñado, el de la compañía, el amor, y el cariño, vinieran a por él.



Porque había sido un niño bueno… y se merecía una segunda oportunidad.


Horas después llamaron preguntando por él, queriendo salvarlo de esa muerte prematura a cualquier precio. El veterinario, apenado, les informó de la hora de la muerte, aunque les comentó que podían escoger entre otros perros abandonados. Pero no querían otros perros, lo querían a él, así que se fueron desconsolados por no haber llegado a tiempo.


Vinieron a por él… Pero demasiado tarde.
 

sábado, 27 de julio de 2013

Sombras invisibles



Las luces titilaban, una vez más, en la oscuridad de la habitación. 

Años atrás  eso la había mantenido encerrada en la seguridad de la cama durante horas, en los brazos de Ralph hasta que el sol la libraba de tales pesadillas, pero con el tiempo y el trabajo duro, aprendió a luchar contra ellas. Su candelabro era la perfecta arma para alejar a esas sombras que, día tras día, la perseguían por los pasillos. 


Se armó de valor y se dirigió hacia la cocina, no sin paso vacilante, a hacer el desayuno. Vicky y Carlos no tardarían en volver, y su hambre no era algo fácil de erradicar si una no estaba totalmente preparada. 

Al entrar en la cocina notó que algo no iba bien. Su cesta de frutas había desaparecido de encima la mesa, y la jarra de agua no estaba en su lugar. 

Apretó con fuerza el candelabro, sabiendo qué vendría a continuación, y lo irguió para iluminar toda la sala. 


Aunque cada día se enfrentaba a la misma situación, no lograba dejar de acongojarse. Las paredes habían cambiado de color, los muebles eran distintos; en la encimera, las fotos de sus queridos hijos habían sido cambiadas por fotos de auténticos desconocidos. Ya nada allí era suyo.

Se dejó arrastrar por el peso de su cuerpo, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Cada día surgía la misma pesadilla ante ella, y no lograba salir de ese círculo vicioso. Se encontrada atrapada en su casa, porque era su casa, pero nada era igual.

Los pasos tardaron poco en acercarse, de forma veloz y cauta. Despertó de su sopor de golpe; debía escapar. Se levantó como pudo y volvió corriendo a su habitación, cerrando la puerta con llave. Tras comprobar que el pomo no giraba, se relajó.

Su habitación era el único lugar que no había cambiado, exceptuando por el polvo que se yacía acumulado allí, y era el único lugar donde podía estar segura, donde podía escapar de todo, sobretodo de ellos. 

Oyó los pasos tras la puerta, el peso del cuerpo extraño empujar. Contuvo el aliento, pero la puerta no se abrió. Suspiró aliviada, mientras escuchaba a los pasos alejarse sonoramente.

Siempre acababa así, escondida en un rincón. Sabía que esos espíritus no la querían, que habían cambiado todo de sitio para hacerla marchar. Los escuchaba dar vueltas siempre por la planta baja de la casa, y más de una vez habían intentado atraparla. Ella se moría de miedo, pero no podía permitirse abandonar su hogar. Ralph vendría a buscarla cuando terminara su duro viaje por los mares; Vicky y Carlos volverían en algún momento de esa fiesta en casa de no sé quién; llevaban fuera varios días, pero así eran los jóvenes; el día menos pensado vendrían a por ella, y se asustarían si no la encontraban; no podía hacerles eso a sus queridos retoños.

Sólo le quedaba esperar así, en su rincón, armándose de valor contra  unos seres que, no sabía por qué, habían decidido venir a molestarla a su propia casa.

Allí se pasó horas, meditando, hasta que se cansó. Hoy era uno de esos días en los que no le apetecía acobardarse, en los que sentía la necesidad de luchar contra sus enemigos invisibles. Agarró su candelabro, ahora apagado, y abrió la puerta de la habitación. Salió con paso ligero y decidido, y volvió a la cocina. Si ellos no querían irse, ella haría que se fueran. 

Sí, eso pensaba hacer. 

En la cocina, los utensilios habían vuelto a cambiar su disposición; había algo cociéndose en el fuego, mientras una sombra parecía picar cebolla en la encimera. No lograba verla con claridad, simplemente parecía una humareda andante,  aunque quedaba claro que no se había percatado de su presencia, pues no había hecho gesto alguno. 

No tenía muy claro qué hacer, pero lo único que se le ocurrió fue usar su arma contra esa sombra. Candelabro en  mano asestó un golpe mortal a su enemigo, que dejó de cortar cebolla para acabar en el suelo. Aun sin creérselo, asestó otro golpe con el candelabro, esta vez a las fotos que reposaban junto a la ventana. El tercer golpe cayó sobre el fuego, haciendo saltar la olla por los aires. Feliz y llena de adrenalina, se giró hacia la sombra, y le gritó para que huyera y la dejara tranquila.

Pero de su boca sólo salió un ronco sonido gutural, que la asustó tanto que el candelabro repicó sonoramente en el suelo, mientras ella se llevaba las manos a la boca. Incapaz de entender nada, salió corriendo a su refugio, sin fijarse qué dejaba atrás.

Horas después, encerrada en su habitación, oyó pasos cerca de la puerta. Algo se coló por debajo del roble, y los pasos se alejaron lentamente. No sin miedo en el cuerpo, se acercó a curiosear qué regalo le habían dejado sus archienemigos vencidos.

Los ojos se le llenaron de lágrimas al ver la foto en blanco y negro. Ralph estaba precioso con su frac, y aunque a ella ya se le notaba la presencia de Vicky en su vientre, el vestido blanco era tan espectacular que no podría haber estado más hermosa en su boda. La foto parecía muy desgastada, pero sin duda los espectros sabían que era importante para ella.
Sin lugar a dudas, sabían quién era ella. 

Secándose las mejillas con el dorso de la mano, abrió la puerta de roble, mirando cautelosamente a través de la rendija formada. Una hilera de fotos recorrían el pasillo hasta las escaleras, bajando por ellas. Las fue cogiendo una a una. El nacimiento prematuro de Vicky, su primer diente caído... también habia fotos de Ralph y ella, abrazados en la playa, antes de que el barco partiera. Fotos de Carlos y su banda, de Vicky y su montón de perros adoptados, en el jardín. Bajó las escaleras lentamente, recogiendo cada una de las fotos. 

La última de ellas estaba frente a la cocina, y la puerta estaba abierta. 

En la mesa central había lo que parecía tres sombras sentadas, unas frente a otras, y una silla vacía. Se cercó cautelosamente, pero las sombras no se movieron. Frente a ellas había muchas más fotos, fotos que no entendía cuándo se habían hecho. Veía a una Vicky agarrada del brazo de una anciana, que sonreía. Veía un Carlos con un bebé en los brazos. Veía una pareja de ancianos en un porche, pero no los identificaba. 


Al mirar a la silla, vio colgada de ella una foto de la anciana, en un marco negro. Intentó hablar, pero la voz no le salió, solo resonó ese sonido de sus entrañas. 

Una sombra se movió, poniendo una mano junto a las fotos. Al mirarla, vio una nueva imagen, que antes no estaba ahí: era la imagen los dos ancianos, durmiendo uno junto al otro, dentro de un ataúd. Se llevó las manos al rostro, lanzo un grito al cielo y salió corriendo, escaleras arriba, soltando as fotos recogidas e intentando no pensar, no entender qué acababa de ver. 

La puerta se cerró con un golpe, y se enterró en su rincón, llorando conmocionada. Era una pesadilla, todo eso era una maldita pesadilla; ella en realidad no estaba ahí, no estaba sola. Esas fotos no eran reales, no podían ser reales. Debía despertarse, hacer el desayuno para sus niños, preparar la ropa para Ralph. Debía despertar ya. 

Debía despertar ya.

Mientras caía presa del sueño oyó, cercano a la puerta, el llanto desconsolado de una mujer, mientras un hombre le decía, con voz quebrada...

"No llores, Vicky... Mañana lo volveremos a intentar. Juntos lograremos que mamá descanse en paz, ya lo verás...juntos lo lograremos".

Sin duda, era otra de tantas pesadillas que tenía cuando Ralph se echaba a la mar. 


sábado, 26 de enero de 2013

Un maldito sueño

Un eco, un recuerdo, una sombra... el susurro de una voz.

Otra vez.

Sabía que no era real, pero era incapaz de abrir los ojos. Llevaba meses con este pequeño problema, ya estaba acostumbrada. Los gritos, el llanto, el dolor... todo desaparecía en el instante que sus párpados reunían las fuerzas necesarias para alzarse.
Pese a todo, llevaba unos días inquieta.

Porque desde hacía cuatro noches, la mataba el mismo hombre.

Su verdugo siempre realizaba el asesinato de forma distinta, aunque igual de sangriento al final. Veía en sus ojos azules un vacío que se llenaba con el rojo de su sangre, y, para qué mentir, su melena rubia no resplandecía tanto sin los brillos cobrizos que le daba el plasma recién extraído.
La abría en canal, la besaba, se embadurnaba con ella; le extraía hasta el último atisbo de vida, mientras ella no hacía más que verlo, sentirlo, sufrirlo.

Tanto daba, ninguno sería peor que la primera vez. Cuando vio el cuerpo ensangrentado supo que algo iba mal, pero no esperó encontrarse al asesino justo debajo, devorando sus entrañas.
Su cuerpo acabó en prisión, pero un rincón de su recuerdo volvía para asesinarla todas las noches, una, dos, tres veces, hasta que lograba levantarla entre gritos y sudores. Ah, que inmenso placer, cuando palpaba sin dolor, cuando podía respirar, contar hasta tres, y admitir que había sido otra pesadilla.
Ninguna de sus anteriores víctimas había jugado tanto con ella, pero éste, éste parecía haber descubierto nuevo mundo en sus sueños.

Escuchó un tintineo tras ella, y no tuvo tiempo de girarse cuando su garganta se vio presionada con el frío acero de una cadena, que la dejaba sin aire. Su risa gutural la advirtió que no pensaba dejarla escapar tan fácilmente, que aún quedaba noche por delante. La arrastró al suelo, se sentó a horcajadas sobre ella, y la miró con esos pozos oscuros, que buscaban llenarse con su desesperación.

No le daría el gusto.

Cerró los ojos con fuerza, intentando no notar las manos, la boca, el cuchillo que intentaba abrirle los párpados. Se mordió la lengua con fuerza, esperando, anhelando que acabase su trabajo. Rápido.

Notó el grito en su garganta antes de poder detenerlo. Mierda, otra noche en la que ganaba él, en la que la hacía gritar. Por suerte, ese grito logró traspasar fronteras, y se despertó.

Sus sábanas arrugadas la acunaron en esa fuerte llegada, intentando calmarla. No tuvieron éxito, y se levantó dando tumbos. Necesitaba agua.

Se dirigió hasta el baño, puso el tapón, abrió el grifo y hundió su cabeza debajo. Notó los pinchazos de sus pulmones, que se quejaban por la falta de oxígeno. Dolor real, era lo único que podía reemplazar ese pánico que anidaba en su pecho.
Levantó con fuerza la cabeza sacándola del agua, y se acercó la toalla al rostro. Al retirarla, no pudo evitar mirar al espejo.

Esos pozos azules le devolvían la mirada.

El pánico la invadió, dejando paso a sus reflejos. Con un golpe sordo pudo alcanzar el tórax y logró situarse tras él, con la toalla tensada en su cuello.
Lo que no vio venir fue el cristal, frío, que empuñaba su agresor. El mismo que mantenía parcialmente hundido en su yugular.

El agua seguía corriendo.

El dolor que la invadió no era comparable a cualquier anterior. Real, esa era la palabra. Intentó pronunciarla, pero su boca solo emanaba sangre a borbotones. Cayó de rodillas, y sus ojos se toparon con los del asesino, llenos de esa vida que se le escapaba.

Sus oídos lograron oír la sonrisa gutural, seguida de un susurro:
- No me prives de mis placeres, si no quieres que yo te prive de tu seguridad- le agarró el cabello, tiró hacia atrás y, hundiendo más el cristal, acercó sus labios- quiero oírte gritar.

Y ella gritó.

Los párpados aletearon febrilmente, mientras su conciencia volvía. Su cuerpo temblaba con fuerza, mientras intentaba entender por qué volvía a estar en la cama. Un sueño. Otra vez.
Solo era otro maldito sueño.

En el baño, el agua seguía corriendo.

sábado, 12 de enero de 2013

Cuestión de esfuerzo


Mil veces en mi vida pensé, tras ojear la sonrisa en rostro ajeno, que la felicidad no estaba hecha para mí.
La conocí años atrás, cuando aún no sabía apreciarla, la viví inconsciente de mi suerte, y cuando pude empezar a palparla, se escurrió de entre mis dedos, cual gotas de agua.
Desde entonces siempre la miré desde lejos, consciente que nacemos con un paquete de ella, y que cuando se termina, se acabó. No hay tienda donde comprar recambios, no hay más que eso.

Y era doloroso vivir con esa afirmación.
¿Cuándo fue? no sabría distinguirlo, siquiera ahora, cuando las tornas se cambiaron. Supongo que no pude dejar de intentarlo, cual humano que sabe que tropezará, pero sigue andando. La esperanza de encontrar una ínfima luz en esta noche sin luna me atormentaba día tras día, y no podía más que seguir mirando, buscando, anhelando las sonrisas que habían desaparecido en ese verano lejano.
No sé si las vi, si me encontraron ellas a mí.
Siquiera sé si son reales... Pero las estrellas aparecieron, una a una, en el cielo. Me dieron un mensaje claro, conciso.
 
"No te rindas"

Siempre había anhelado esa sonrisa en rostro ajeno, convencida que yo no tenía derecho a ello...

Hasta que entendí que sólo yo me negaba ese derecho.

Aquí estoy hoy, recorriendo un camino distinto, un camino lleno de luces, donde cada una de ellas es una nueva sonrisa, donde todas son mías. Porque entendí que ese camino se lo hace cada uno, porque aprendí que sí existen los paquetes de felicidad, que sí están a la venta...
Y su precio es justo, pues es el esfuerzo que conlleva llegar a ello.
Porque todas las grandes cosas de la vida se consiguieron mediante el esfuerzo... la felicidad no iba a ser menos.
Se encuentra en el esfuerzo del día a día, en el de poder ver las cosas de otro modo, en el que otorga a la fuerza de voluntad lo necesario para imponerse sobre la vagancia, en el que te muerde la lengua cuando toca tragarse el orgullo, o en el que te la suelta cuando el camino fácil es callarse. Se encuentra en el esfuerzo que hacemos al seguir andando, pese a que frente a nosotros haya un abismo... porque nuestros pies sabrán encontrar tierra firme.

Hoy entiendo que mi felicidad nunca se gastó… porque la que viví no fue mía, fue fruto del esfuerzo que hicieron mis seres queridos, y que gustosos compartieron conmigo.
Ahora me toca conseguir la ración a mí.

Y, sin duda, sé que lo lograré.


Porque ya lo estoy haciendo.




Pd: porque hoy es un día especial, por el hecho de ser hoy… no puedo dejar de dar las gracias a todos los que me animaron a seguir, a los que me sirvieron de ayuda y de guía, y en especial... a los que supieron y saben que puedo lograr muchas cosas… si empiezo a creer en mí misma.

Pd2: Quiero darle vida a este blog. A esos fantasmas que voltean por mi mente, a esas musas que de vez en cuando dejar de vaguear y trabajan un poco, a esa niña que solo sabe soñar y suelta mil papeles al viento. Y tú, que estás leyendo esto, eres la pieza indispensable. Porque sin ti, que lees estas líneas… sin ti, nada de esto tendría sentido.
Gracias por estar aquí.
(y si de paso te manifiestas con un comentario, mi felicidad aumentará de modo exponencial =D)