Sólo
sus estrepitosos pasos rompían el silencio de la noche. Tan veloz
como podía, cruzaba sin rumbo fijo el bosque, corriendo, huyendo,
implorando salvarse. Tenía grabado en su retina los cuerpos
despedazados de sus padres, los ojos apagados y sin vida de su
hermano, el campo cubierto de un brillante carmín a la luz de la
luna.
Nadie
la había visto venir, simplemente apareció. Ella logró esconderse
bajo el coche, pero a cambio tuvo que presenciar toda la masacre. En
cuanto lo vio posible, se lanzó de cabeza hacia los árboles, en
busca de ayuda, refugio, lo que fuera contra esa criatura.
Pero
la sombra le seguía la pista, corriendo incansable a través del
abrupto camino. Tras su paso, se podía vislumbrar el rastro de
sangre que dejaba; daba igual cuanto corriera, la misteriosa figura
le pisaba los talones. Ella sólo podía correr, no podía dejar que
la atrapara.
Sus
pies fallaron en el preciso momento que más los necesitaba, haciendo
que cayera ladera abajo. Rodó por raíces y pedruscos, hasta
posicionarse al borde de un escarpado acantilado. Intentó aguantar
la respiración, sin moverse, deseando que ese pequeño desvío
hubiera despistado al perseguidor. Aguzo el oído, nada se oía más
que el vaivén de las copas de los árboles. En un arranque de
valentía, abrió los ojos.
Su
pesadilla le devolvía la mirada desde el suelo.
Presa
del pánico, reculó todo lo que pudo hacia atrás, arrastrándose,
hasta que sus manos no encontraron suelo y su cuerpo cayó hacia las
sombras del mar. Su cabeza encontró suelo antes que sus pies, pero
no fue suficientemente rápida; a su lado, sonriendo, la sombra la
besaba.
Cuando
la encontraron por la mañana, suicidada y cubierta de la sangre de
sus familiares, nadie dudó en la autoría del asesinato. Claro está,
nadie logro ver a pleno día...
El
mal
que aún latía en su interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario