martes, 5 de noviembre de 2013

(dis)hope


Un par de gotas cayeron sobre su cabeza. No le importó, ya que le gustaba el agua. Se acercó más a la fuente, pero alguien le apartó. La chica sollozaba mientras le veía alejarse, aunque él, en brazos de un extraño, no sabía por qué. 


Luego vino la parte de atrás de la camioneta, la puesta de sol, el bosque. Nunca había estado allí, nunca había salido sin ella, pero hoy algo era distinto. Algo iba mal.


Había poca luz.


El desconocido lo sacó violentamente de la camioneta, haciéndole daño en una pata. Pero él había aprendido a ser un niño bueno, así que ni gimoteó. Sabía que, si no, ella lloraría. Con las patas en el barro del bosque, vio subirse al extraño a la camioneta. El tubo de escape rugió sonoramente, y pronto solo fueron él y el bosque. Se acurrucó, no le gustaba estar solo. ¿Por qué le habrían traído allí?


Esperó.


La luz se fue, y el frío lo acogió en sus brazos. Su pelaje negro pronto tuvo rocío sobre él, pero no había alternativa. Debía ser un niño bueno, debía esperar. Todos sabían que los niños buenos eran recompensados, y él había sido el mejor, sin dudarlo. Lo sería ahora, esperando bajo el frío.


A la mañana siguiente salió la luz del sol, pero él ya no era capaz de verla. Tenía hambre, tenía sed. Echaba de menos los brazos de un humano. Pero su cuerpo no se movía, sus músculos se negaban a contraerse, haciéndose todos ellos la misma pregunta, la misma que se hacía cada poro de su piel y cada célula de su cuerpo.


¿Por qué?


Siempre había sido bueno, siempre había protegido a su dueña contra viento y marea. Ahora no era capaz de verla, de notar su calor. Aquí, solo, hacía mucho frío.

Tras los días, ni siquiera intentó buscar comida. ¿Para qué? El frío no se iría, seguiría solo con la tripa llena o sin ella.


Estaba solo.


Unos brazos cogieron su cuerpo, casi agotado, y lo pusieron de nuevo en una furgoneta. Al abrir los ojos, vio comida y bebida. Vislumbró el rostro de una señora, que le acariciaba con afecto. Notaba su mano, pero no su calor. La furgoneta arrancó dejando el bosque atrás, aunque el frío lo siguió.


Lo metieron en un rincón estrecho, lleno de paredes de hierro. Los otros no callaban, insultaban y gritaban todo lo que podían. El no tenía fuerzas para luchar, ya había aceptado la derrota. Se acurrucó y se durmió.


A lo lejos, volvió a ver el bosque, todo envuelto en penumbra. Nadie más que él estaba ahí, y nadie vendría; de nada le había servido ser bueno. Fijando la vista y el olfato, intentando encontrar algún rastro, olió un dulce aroma. No lo conocía, pero le gustó y lo siguió bosque adentro.   Tras horas de andar, encontró un claro tocado por la luz de la luna, donde las hojas ondeaban y cosquilleaban su estómago. Todo olía a ese dulce aroma, y se acurrucó bajo la luz de la luna, que lo abrigó. Allí, en medio de la nada, volvía a sentir ese calor, ese aliento que le recordaba que no estaba solo.


Cuando abrió los ojos, el recuerdo de ese aroma perduraba en su nariz, y el calor seguía en su cuerpo. Sí, sería un niño bueno. Seguiría teniendo esperanza, porque sabía que ese calor era real, que alguien vendría a por él.


Con eso en mente pasaron las horas, los días, las semanas. Todas las noches se embriagaba en sueños con la luz de la luna, todos los días los soportaba con los recuerdos; a la espera, inagotable, de que ese aroma viniera a por él y lo sacara de ese infierno. Siguió teniendo fe el día que no lo llevaron hacia la derecha, como siempre, si no a una sala muy fría, que olía muy mal; aguantó las correas, el bozal y no molestó al hombre que tenía delante, con guantes y bata. Iba a ser un niño bueno, porque así le vendrían a buscar.


Aún cuando la aguja se introdujo en su cuerpo, aún cuando el veneno corrió y se le 
cerraron los ojos, él siguió esperando… 


Esperó a que el aroma que tanto había soñado, el de la compañía, el amor, y el cariño, vinieran a por él.



Porque había sido un niño bueno… y se merecía una segunda oportunidad.


Horas después llamaron preguntando por él, queriendo salvarlo de esa muerte prematura a cualquier precio. El veterinario, apenado, les informó de la hora de la muerte, aunque les comentó que podían escoger entre otros perros abandonados. Pero no querían otros perros, lo querían a él, así que se fueron desconsolados por no haber llegado a tiempo.


Vinieron a por él… Pero demasiado tarde.
 

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