sábado, 26 de enero de 2013

Un maldito sueño

Un eco, un recuerdo, una sombra... el susurro de una voz.

Otra vez.

Sabía que no era real, pero era incapaz de abrir los ojos. Llevaba meses con este pequeño problema, ya estaba acostumbrada. Los gritos, el llanto, el dolor... todo desaparecía en el instante que sus párpados reunían las fuerzas necesarias para alzarse.
Pese a todo, llevaba unos días inquieta.

Porque desde hacía cuatro noches, la mataba el mismo hombre.

Su verdugo siempre realizaba el asesinato de forma distinta, aunque igual de sangriento al final. Veía en sus ojos azules un vacío que se llenaba con el rojo de su sangre, y, para qué mentir, su melena rubia no resplandecía tanto sin los brillos cobrizos que le daba el plasma recién extraído.
La abría en canal, la besaba, se embadurnaba con ella; le extraía hasta el último atisbo de vida, mientras ella no hacía más que verlo, sentirlo, sufrirlo.

Tanto daba, ninguno sería peor que la primera vez. Cuando vio el cuerpo ensangrentado supo que algo iba mal, pero no esperó encontrarse al asesino justo debajo, devorando sus entrañas.
Su cuerpo acabó en prisión, pero un rincón de su recuerdo volvía para asesinarla todas las noches, una, dos, tres veces, hasta que lograba levantarla entre gritos y sudores. Ah, que inmenso placer, cuando palpaba sin dolor, cuando podía respirar, contar hasta tres, y admitir que había sido otra pesadilla.
Ninguna de sus anteriores víctimas había jugado tanto con ella, pero éste, éste parecía haber descubierto nuevo mundo en sus sueños.

Escuchó un tintineo tras ella, y no tuvo tiempo de girarse cuando su garganta se vio presionada con el frío acero de una cadena, que la dejaba sin aire. Su risa gutural la advirtió que no pensaba dejarla escapar tan fácilmente, que aún quedaba noche por delante. La arrastró al suelo, se sentó a horcajadas sobre ella, y la miró con esos pozos oscuros, que buscaban llenarse con su desesperación.

No le daría el gusto.

Cerró los ojos con fuerza, intentando no notar las manos, la boca, el cuchillo que intentaba abrirle los párpados. Se mordió la lengua con fuerza, esperando, anhelando que acabase su trabajo. Rápido.

Notó el grito en su garganta antes de poder detenerlo. Mierda, otra noche en la que ganaba él, en la que la hacía gritar. Por suerte, ese grito logró traspasar fronteras, y se despertó.

Sus sábanas arrugadas la acunaron en esa fuerte llegada, intentando calmarla. No tuvieron éxito, y se levantó dando tumbos. Necesitaba agua.

Se dirigió hasta el baño, puso el tapón, abrió el grifo y hundió su cabeza debajo. Notó los pinchazos de sus pulmones, que se quejaban por la falta de oxígeno. Dolor real, era lo único que podía reemplazar ese pánico que anidaba en su pecho.
Levantó con fuerza la cabeza sacándola del agua, y se acercó la toalla al rostro. Al retirarla, no pudo evitar mirar al espejo.

Esos pozos azules le devolvían la mirada.

El pánico la invadió, dejando paso a sus reflejos. Con un golpe sordo pudo alcanzar el tórax y logró situarse tras él, con la toalla tensada en su cuello.
Lo que no vio venir fue el cristal, frío, que empuñaba su agresor. El mismo que mantenía parcialmente hundido en su yugular.

El agua seguía corriendo.

El dolor que la invadió no era comparable a cualquier anterior. Real, esa era la palabra. Intentó pronunciarla, pero su boca solo emanaba sangre a borbotones. Cayó de rodillas, y sus ojos se toparon con los del asesino, llenos de esa vida que se le escapaba.

Sus oídos lograron oír la sonrisa gutural, seguida de un susurro:
- No me prives de mis placeres, si no quieres que yo te prive de tu seguridad- le agarró el cabello, tiró hacia atrás y, hundiendo más el cristal, acercó sus labios- quiero oírte gritar.

Y ella gritó.

Los párpados aletearon febrilmente, mientras su conciencia volvía. Su cuerpo temblaba con fuerza, mientras intentaba entender por qué volvía a estar en la cama. Un sueño. Otra vez.
Solo era otro maldito sueño.

En el baño, el agua seguía corriendo.

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