Otra vez.
Sabía que no
era real, pero era incapaz de abrir los ojos. Llevaba meses con este pequeño
problema, ya estaba acostumbrada. Los gritos, el llanto, el dolor... todo
desaparecía en el instante que sus párpados reunían las fuerzas necesarias para
alzarse.
Pese a todo,
llevaba unos días inquieta.
Porque desde
hacía cuatro noches, la mataba el mismo hombre.
Su verdugo
siempre realizaba el asesinato de forma distinta, aunque igual de sangriento al
final. Veía en sus ojos azules un vacío que se llenaba con el rojo de su
sangre, y, para qué mentir, su melena rubia no resplandecía tanto sin los
brillos cobrizos que le daba el plasma recién extraído.
La abría en
canal, la besaba, se embadurnaba con ella; le extraía hasta el último atisbo de
vida, mientras ella no hacía más que verlo, sentirlo, sufrirlo.
Tanto daba, ninguno
sería peor que la primera vez. Cuando vio el cuerpo ensangrentado supo que algo
iba mal, pero no esperó encontrarse al asesino justo debajo, devorando sus
entrañas.
Su cuerpo acabó
en prisión, pero un rincón de su recuerdo volvía para asesinarla todas las
noches, una, dos, tres veces, hasta que lograba levantarla entre gritos y
sudores. Ah, que inmenso placer, cuando palpaba sin dolor, cuando podía
respirar, contar hasta tres, y admitir que había sido otra pesadilla.
Ninguna de sus
anteriores víctimas había jugado tanto con ella, pero éste, éste parecía haber
descubierto nuevo mundo en sus sueños.
Escuchó un
tintineo tras ella, y no tuvo tiempo de girarse cuando su garganta se vio
presionada con el frío acero de una cadena, que la dejaba sin aire. Su risa
gutural la advirtió que no pensaba dejarla escapar tan fácilmente, que aún
quedaba noche por delante. La arrastró al suelo, se sentó a horcajadas sobre
ella, y la miró con esos pozos oscuros, que buscaban llenarse con su
desesperación.
No le daría el
gusto.
Cerró los ojos
con fuerza, intentando no notar las manos, la boca, el cuchillo que intentaba
abrirle los párpados. Se mordió la lengua con fuerza, esperando, anhelando que
acabase su trabajo. Rápido.
Notó el grito
en su garganta antes de poder detenerlo. Mierda, otra noche en la que ganaba
él, en la que la hacía gritar. Por suerte, ese grito logró traspasar fronteras,
y se despertó.
Sus sábanas
arrugadas la acunaron en esa fuerte llegada, intentando calmarla. No tuvieron
éxito, y se levantó dando tumbos. Necesitaba agua.
Se dirigió
hasta el baño, puso el tapón, abrió el grifo y hundió su cabeza debajo. Notó
los pinchazos de sus pulmones, que se quejaban por la falta de oxígeno. Dolor
real, era lo único que podía reemplazar ese pánico que anidaba en su pecho.
Levantó con
fuerza la cabeza sacándola del agua, y se acercó la toalla al rostro. Al
retirarla, no pudo evitar mirar al espejo.
Esos pozos
azules le devolvían la mirada.
El pánico la
invadió, dejando paso a sus reflejos. Con un golpe sordo pudo alcanzar el tórax
y logró situarse tras él, con la toalla tensada en su cuello.
Lo que no vio
venir fue el cristal, frío, que empuñaba su agresor. El mismo que mantenía
parcialmente hundido en su yugular.
El agua seguía
corriendo.
El dolor que la
invadió no era comparable a cualquier anterior. Real, esa era la palabra.
Intentó pronunciarla, pero su boca solo emanaba sangre a borbotones. Cayó de
rodillas, y sus ojos se toparon con los del asesino, llenos de esa vida que se
le escapaba.
Sus oídos
lograron oír la sonrisa gutural, seguida de un susurro:
- No me prives
de mis placeres, si no quieres que yo te prive de tu seguridad- le agarró el
cabello, tiró hacia atrás y, hundiendo más el cristal, acercó sus labios-
quiero oírte gritar.
Y ella gritó.
Los párpados
aletearon febrilmente, mientras su conciencia volvía. Su cuerpo temblaba con
fuerza, mientras intentaba entender por qué volvía a estar en la cama. Un
sueño. Otra vez.
Solo era otro
maldito sueño.
En el baño, el agua seguía corriendo.
Joder !! Te superas !!
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