sábado, 27 de julio de 2013

Sombras invisibles



Las luces titilaban, una vez más, en la oscuridad de la habitación. 

Años atrás  eso la había mantenido encerrada en la seguridad de la cama durante horas, en los brazos de Ralph hasta que el sol la libraba de tales pesadillas, pero con el tiempo y el trabajo duro, aprendió a luchar contra ellas. Su candelabro era la perfecta arma para alejar a esas sombras que, día tras día, la perseguían por los pasillos. 


Se armó de valor y se dirigió hacia la cocina, no sin paso vacilante, a hacer el desayuno. Vicky y Carlos no tardarían en volver, y su hambre no era algo fácil de erradicar si una no estaba totalmente preparada. 

Al entrar en la cocina notó que algo no iba bien. Su cesta de frutas había desaparecido de encima la mesa, y la jarra de agua no estaba en su lugar. 

Apretó con fuerza el candelabro, sabiendo qué vendría a continuación, y lo irguió para iluminar toda la sala. 


Aunque cada día se enfrentaba a la misma situación, no lograba dejar de acongojarse. Las paredes habían cambiado de color, los muebles eran distintos; en la encimera, las fotos de sus queridos hijos habían sido cambiadas por fotos de auténticos desconocidos. Ya nada allí era suyo.

Se dejó arrastrar por el peso de su cuerpo, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Cada día surgía la misma pesadilla ante ella, y no lograba salir de ese círculo vicioso. Se encontrada atrapada en su casa, porque era su casa, pero nada era igual.

Los pasos tardaron poco en acercarse, de forma veloz y cauta. Despertó de su sopor de golpe; debía escapar. Se levantó como pudo y volvió corriendo a su habitación, cerrando la puerta con llave. Tras comprobar que el pomo no giraba, se relajó.

Su habitación era el único lugar que no había cambiado, exceptuando por el polvo que se yacía acumulado allí, y era el único lugar donde podía estar segura, donde podía escapar de todo, sobretodo de ellos. 

Oyó los pasos tras la puerta, el peso del cuerpo extraño empujar. Contuvo el aliento, pero la puerta no se abrió. Suspiró aliviada, mientras escuchaba a los pasos alejarse sonoramente.

Siempre acababa así, escondida en un rincón. Sabía que esos espíritus no la querían, que habían cambiado todo de sitio para hacerla marchar. Los escuchaba dar vueltas siempre por la planta baja de la casa, y más de una vez habían intentado atraparla. Ella se moría de miedo, pero no podía permitirse abandonar su hogar. Ralph vendría a buscarla cuando terminara su duro viaje por los mares; Vicky y Carlos volverían en algún momento de esa fiesta en casa de no sé quién; llevaban fuera varios días, pero así eran los jóvenes; el día menos pensado vendrían a por ella, y se asustarían si no la encontraban; no podía hacerles eso a sus queridos retoños.

Sólo le quedaba esperar así, en su rincón, armándose de valor contra  unos seres que, no sabía por qué, habían decidido venir a molestarla a su propia casa.

Allí se pasó horas, meditando, hasta que se cansó. Hoy era uno de esos días en los que no le apetecía acobardarse, en los que sentía la necesidad de luchar contra sus enemigos invisibles. Agarró su candelabro, ahora apagado, y abrió la puerta de la habitación. Salió con paso ligero y decidido, y volvió a la cocina. Si ellos no querían irse, ella haría que se fueran. 

Sí, eso pensaba hacer. 

En la cocina, los utensilios habían vuelto a cambiar su disposición; había algo cociéndose en el fuego, mientras una sombra parecía picar cebolla en la encimera. No lograba verla con claridad, simplemente parecía una humareda andante,  aunque quedaba claro que no se había percatado de su presencia, pues no había hecho gesto alguno. 

No tenía muy claro qué hacer, pero lo único que se le ocurrió fue usar su arma contra esa sombra. Candelabro en  mano asestó un golpe mortal a su enemigo, que dejó de cortar cebolla para acabar en el suelo. Aun sin creérselo, asestó otro golpe con el candelabro, esta vez a las fotos que reposaban junto a la ventana. El tercer golpe cayó sobre el fuego, haciendo saltar la olla por los aires. Feliz y llena de adrenalina, se giró hacia la sombra, y le gritó para que huyera y la dejara tranquila.

Pero de su boca sólo salió un ronco sonido gutural, que la asustó tanto que el candelabro repicó sonoramente en el suelo, mientras ella se llevaba las manos a la boca. Incapaz de entender nada, salió corriendo a su refugio, sin fijarse qué dejaba atrás.

Horas después, encerrada en su habitación, oyó pasos cerca de la puerta. Algo se coló por debajo del roble, y los pasos se alejaron lentamente. No sin miedo en el cuerpo, se acercó a curiosear qué regalo le habían dejado sus archienemigos vencidos.

Los ojos se le llenaron de lágrimas al ver la foto en blanco y negro. Ralph estaba precioso con su frac, y aunque a ella ya se le notaba la presencia de Vicky en su vientre, el vestido blanco era tan espectacular que no podría haber estado más hermosa en su boda. La foto parecía muy desgastada, pero sin duda los espectros sabían que era importante para ella.
Sin lugar a dudas, sabían quién era ella. 

Secándose las mejillas con el dorso de la mano, abrió la puerta de roble, mirando cautelosamente a través de la rendija formada. Una hilera de fotos recorrían el pasillo hasta las escaleras, bajando por ellas. Las fue cogiendo una a una. El nacimiento prematuro de Vicky, su primer diente caído... también habia fotos de Ralph y ella, abrazados en la playa, antes de que el barco partiera. Fotos de Carlos y su banda, de Vicky y su montón de perros adoptados, en el jardín. Bajó las escaleras lentamente, recogiendo cada una de las fotos. 

La última de ellas estaba frente a la cocina, y la puerta estaba abierta. 

En la mesa central había lo que parecía tres sombras sentadas, unas frente a otras, y una silla vacía. Se cercó cautelosamente, pero las sombras no se movieron. Frente a ellas había muchas más fotos, fotos que no entendía cuándo se habían hecho. Veía a una Vicky agarrada del brazo de una anciana, que sonreía. Veía un Carlos con un bebé en los brazos. Veía una pareja de ancianos en un porche, pero no los identificaba. 


Al mirar a la silla, vio colgada de ella una foto de la anciana, en un marco negro. Intentó hablar, pero la voz no le salió, solo resonó ese sonido de sus entrañas. 

Una sombra se movió, poniendo una mano junto a las fotos. Al mirarla, vio una nueva imagen, que antes no estaba ahí: era la imagen los dos ancianos, durmiendo uno junto al otro, dentro de un ataúd. Se llevó las manos al rostro, lanzo un grito al cielo y salió corriendo, escaleras arriba, soltando as fotos recogidas e intentando no pensar, no entender qué acababa de ver. 

La puerta se cerró con un golpe, y se enterró en su rincón, llorando conmocionada. Era una pesadilla, todo eso era una maldita pesadilla; ella en realidad no estaba ahí, no estaba sola. Esas fotos no eran reales, no podían ser reales. Debía despertarse, hacer el desayuno para sus niños, preparar la ropa para Ralph. Debía despertar ya. 

Debía despertar ya.

Mientras caía presa del sueño oyó, cercano a la puerta, el llanto desconsolado de una mujer, mientras un hombre le decía, con voz quebrada...

"No llores, Vicky... Mañana lo volveremos a intentar. Juntos lograremos que mamá descanse en paz, ya lo verás...juntos lo lograremos".

Sin duda, era otra de tantas pesadillas que tenía cuando Ralph se echaba a la mar. 


1 comentario:

  1. Eisss, té el seu intringulis. No està mal, la idea és bona, és més senzill que altres que he llegit però no pas dolent fins i tot un dels que més m'ha agradat per qué és més fàcil d'entendre. Està força ben narrat, vas al gra sense perdre't en detalls però tampoc sense escatimar-los i mantens la intriga fins al final. Continúa que l'ofici fa l'escriptor, please.

    Gemma

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